sábado, 24 de noviembre de 2007

Laberinto de muerte; de Philip K. Dick

Qué podría decir yo de Dick. Ese grande entre los grandes de la literatura, alabado por otros grandes como Lem o como Heinlein.

Muchos son los que hablan de dicks mayores y menores, refiriéndose a sus obras buenas o malas. Pero creo que no, que no es esa la perspectiva que debe darse a su literatura. En mi opinión Dick era un mal escritor, así como suena. Creo que Dick no sabía escribir a la manera de un gigante literato. Pero que tenía talento y genio eso es algo incuestionable. Y eso puede verse en todas sus novelas, tuviese mayor o menos fortuna en su ejecución. Supo desarrollar una cantidad ingente de tramas y teorías con su propia impronta. Muchas de ellas estaban relacionadas con los trastornos que él mismo sufría: especialmente su posible adicción a las drogas y su experiencia psicótica. Ambas solían fundirse para dibujar ambientes siniestros donde la realidad quedaba erosionada, donde Dick se preguntaba una y otra vez qué era realmente real. La ilusión construída como ilusión perceptiva, por tanto nunca se podría partir de una única realidad objetiva. En la misma dirección tocó temas que también le afectaban: La política, los abusos de poder, la búsqueda filosófica, y también reflexionó sobre la religión y dios, especialmente hacia el final de su vida.

A veces imagino que puedo hablar con él, le hablo y le digo:

Ah, querido mistic Dick o polla mística, como desees, sé que eras un poco artista de mierda, o al menos eso pensaban de tí en vida, y tal vez te hicieron creer. Ahora que estas muerto son otros los que engrosan sus bolsillos con los dólares que tú ansiabas. Bien putas las pasaste para conseguir de forma habitual ese arsenal de anfetaminas que usabas indiscriminadamente para sobrevivir entre la velocidad de tus dedos, que hacían clack, claclak, clack, con la misma prontitud que se descargaban las sinapsis neuronales de tu cerebro. Ah, Dick, Dick, Dick, pronunciar así tu nombre es un ejercicio onanísticamente literario o literariamente onanístico, te diré algo, yo también veo a dios, sí, incluso he podido leer sus libros, porque dios, querido Dick, dios eres tú.

"Laberinto de muerte" (1970) es otra de esas obras de Dick que me dejaron maravillado. Una de las mejores que le he leído. En sí, en un principio, parece que asistimos a la reunión en un planeta extraño entre varias personas que han sido requeridas para diversos puestos de trabajo. Poco a poco esas personas van siendo asesinadas misteriosamente. Lo que en un primer momento parece no es. Una entidad escondida en el planeta parece sumirlos a todos en una especie de juego, pero... ¿Qué ocurre en realidad?.
Hablar de ella en profundidad supondría desvelar su terrible final, que es endemoniadamente triste y amargo: un tremendo colofón cuyo púnto álgido sólo se desarrolla en las últimas cincuenta páginas. Una reflexión lucidísima sobre la necesidad de supervivencia y sobre el imperante requisito de la esperanza para la humanidad. Yo lo situaría casi a la altura de Ubik o El hombre en el castillo, dos de sus obras más reconocidas. Pero seamos realistas, éste libro no está bien escrito, todo lo contrario. Parece estar escrito por alguien a quien espoleaba el satánico verdugo para que bien rápido lo terminase. La concepción general de la historia narrada es brutal y magnífica, pero el desarrollo de las doscientas primeras páginas es aburrido y muy soso. Eso sí, sólo por leer esas últimas páginas merece la pena el libro entero, porque tal vez justifica ese clima brumoso y ambiguo al que nos somete durante casi todo el libro. y casi casi lo hace olvidar de manera agridulce, con una explicación terrible.

El libro negro; de Lawrence Durrell

T. S. Eliot adoró éste libro negro. Le hizo albegar esperanzas en la ficción en prosa de la literatura inglesa. Antes de ser publicado, en 1938, Durrell le envió una copia a su buen amigo Henry Miller para que le diese su opinión confiesa sobre el manuscrito. Éste pareció encantado con la obra.

Pero hay que decir que Lawrence Durrell fué antes salpicado por el semen cálido y ácido de Miller. Él lo reconoce. Dice que engendró El libro negro en la placenta creativa que le facilitara éste tras la lectura de Trópico de cáncer. Eso se nota. Aunque, a mi modo de ver, Lawrence peca de querer ser una especie de estilista autodesviado de lo que significa Literatura. Una especie de grito: ¡Mamá quiero ser excéntrico!. Y eso lo adorna de una prosa poética dificil, aunque bonita a fines metafóricos. La primera parte del libro me ha entusiasmado, en serio (aunque no se note demasiado). Pocas veces me había visto tan vapuleado por una poesía que reflejase una realidad tan visceral y cortante. La narración nos bidisecciona entre la primera persona de Lawrence en su vivencia melancólica y aletargada del Hotel Regina, y la primera persona del diario de quien se hace llamar muerte Gregory, un diario escrito en tinta verde y que da un punto de vista alternativo, aunque no demasiado, a la visión de Lawrence. Entre los dos nos muestran unos voluptuosos personajes, cuyos destinos, están emparentados por los caballos del erotismo y el deseo, y lo que hay debajo de ello, es decir: Sus riendas verdaderas.

A pesar de las bonitas palabras que lanzo, lo que ha quedado ha sido la decepción personal, tal vez herida, que ha supuesto el regodeo apocalíptico maniático y estrafalario del querido Lawrence.

Un dulce olor a muerte; de Guillermo Arriaga

El nombre de Guillermo Arriaga va emparentado al cine y durante un tiempo al de Alejandro González Iñárritu. Suyos fueron los guiones de "Amores perros", "21 gramos", "Los tres entierros de Melquiades Estrada", "Babel" y "El búfalo de la noche". Creció en la ciudad de México, entre las calles de la brutal Unidad Modelo, y también allí perdió el olfato tras una pelea.

"Un dulce olor a muerte" (1994) es comparada a Rulfo y a Gabriel García Márquez, y, ciertamente, las líneas generales recuerdan mucho Crónica de una muerte anunciada, y el ambiente a Pedro Páramo, pero también recuerda al gran Cormac McCarthy. Todos estos grandes nombres, aún así, se dejan de lado si hablamos de su estilo peculiar, un estilo simplista, de diálogos populistas y cercanos, lleno de jerga y el folclore mexicano que da al libro un gusto diferente y auténtico, cercano a la lírica de la que somos partícipes en el día a día de nuestros vecinos del pueblo: de las habladurías, de los rumores, de los celos vecinales, de los amores callados. A mí me ha hecho disfrutar muchísimo. Ésta, la que se cuenta en la novela, es la truculenta historia de un pequeño pueblo mexicano cuyos habitantes, y sus circunstancias, obligan a un muchacho a creerse el novio (sin haberlo sido) de una chica que ha aparecido muerta y, por tanto, a creerse poseedor y depositario de la necesaria venganza. Arriaga no necesita florituras para hacernos vibrar, tan sólo unos personajes creíbles y humanos, para retratar una circunstancia donde lo que menos importa es la verdadera realidad de lo que ocurre. El destino parece hacerse paso a machetazos a través de todas las circunstancias, sean las que sean.

Eleutheria; de Samuel Beckett

Se comenta que éste irlandés, que fuera secretario y amigo de Joyce, fué apuñalado en 1938 en París por un proxeneta llamado Prudent. Cuando en la audiencia Beckett le preguntó que por qué lo había hecho éste le contestó "No lo sé, señor, lo siento mucho". Tal vez ahí comenzara el teatro de lo absurdo. Escribió la triología "Murphy","Molloy" y "Malone muere", y obras de teatro como "Esperando a Godot" o"Fin de partida".
Beckett nunca quiso que se publicara Eleutheria (escrita en francés en 1947). Así lo dejó dicho. Lo dejó dicho de la misma manera que Kafka dijo que no se publicaran sus obras. Y de la misma forma tampoco se escuchó su ruego. Y menos mal. Fué publicada por vez primera en 1995, seis años después de la muerte de Beckett.

Eleutheria proviene del griego Ελευθερία y significa libertad. Y precisamente sobre ese tema descansan los tres actos de la obra, que a ratos es cómica (de un absurdo graciosísimo) y a ratos desasosegante y opresiva. En líneas generales diré que el protagonista, Victor Krap, abandona a su familia, a su novia y su trabajo, encerrándose en una miserable y pequeña habitación para (según sus palabras) "buscar una imposible libertad". Porque, de algún modo, Beckett nos hace reflexionar que la libertad no existe si estamos rodeados de nuestras personas queridas y tampoco si nos aislamos de ellas. Ésta obra, que no es de las más consideradas, me ha tocado en lo personal, haciendo que broten recuerdos y que volviesen a mí heridas pretéritas. La cárcel, muchas veces, no necesita de barrotes para aprisionarte. Tan sólo normas familiares o convenciones sociales pueden asediarte de la misma forma. Tal vez por eso considero "Eleutheria" una obra increíble y terrible al mismo tiempo. ¿Alguien dijo existencialismo?

viernes, 23 de noviembre de 2007

Mi idea de la diversión; de Will Self

Will Self tiene ese tipo de rostros que siembran la conciencia de aprensión. Su mirada azota con unas pupilas que no acierto a situar dentro del elenco de especies animales, y luego está ese gesto abominable de su boca y mandíbula. Si él me dijese en hipotética conversación: I'm extraterrestrial, baby. Diría: Te creo, tío, te creo. Tal vez sea porque fué adicto a la heroína en el Londres de los años ochenta y noventa, y eso, quieras o no, queda grabado en el rostro. A los diez años ya leía a Ballard y a Dick, y eso queda también grabado. Luego trabajó y trabaja de periodista inglés. Sus novelas también tienen el rictus de la rareza, siendo de corte fantástico, algo grotescas y bastante satíricas. Ésta ficción está influenciada por Ballard, Burroughs, y según él mismo por Jonathan Swift, Kafka y Céline. Ahí nada.

El título original es Mi idea de la diversión -una fábula con moraleja- (1993). Al principio, cuando comencé a leerla, me tenía totalmente aturdido. Las imágenes brutales se sucedían una tras otra desde un primer momento. En la segunda página del prólogo ya vemos al protagonista (Ian Wharton) follándose el cuello de un vagabundo al que acaba de cortar la cabeza: Esa es su idea de la diversión. El resto del libro es eso: La explicación sistemática y pormenorizada de porqué y cómo Ian tiene una idea de la diversión tan diferente a la gente que le rodea. La brutalidad no es tanto explícita como estilística. Self da forma a un pensamiento, un hilo mental que va deshilvanándose en el discurso. Su imaginación es feroz y nos recorre poco a poco el cerebro hastiándolo de reflexiones y dibujos lúcidos e inquietantes.

Muy interesante es la idea de la memoria eidética del psicópata que va desarrollando el autor: Por memoria eidética se entiende que alguien puede representar en la conciencia, con toda nitidez y detalle, las imágentes que ya ha visto, aunque sea solo una pequeña fracción de segundo. Y también es muy interesante la idea del Gran Controlador: Un ser que, tal vez, solo existe en la cabeza de Ian (representándolo y suplantando al padre que no tuvo) y que logra controlar sus acciones a volundad. En éste aprendizaje a través del Gran Controlador, el eidético llega a aprender a retroscender (me maravilla encontrar en éste libro muchas de las mismas cosas que alguna vez se me han pasado por la cabeza). La retroscendecia implica algo así como el rebobinado histórico de un objeto, puedes ver cómo va naciendo de la nada: desde la recogida del algodón, hasta su hilado, hasta su venta al mayorista, hasta el diseño sobre la cabeza y el papel, y finalmente cómo aquel cúmulo de circunstancias se convierte en unos calzoncillos. un paso más en el enorme mundo del eidetismo.

Toda la primera parte está escrita en primera persona, desde la perspectiva de Ian. Y tras un intermedio comienza la historia desde la tercera persona, narrando lo que queda de historia. El gran pero es precisamente la parte en tercera persona: Ahí Self se derrumba. Su idea de la diversión se desinfla de manera agónica desde la mitad hasta el final. No, no me convence del todo, porque, de alguna manera, el señor Self nos almibara con una serie de lúcidos, avasalladores, terribles, pensamientos, y luego se rebaja a la explicación más nimia y absurda de un todo a cien. Eso sí, he de adorar su primera parte, la primera persona, porque allí me ví un poco, de manera un poco enfermiza. Es curioso cómo prefiero la ambiguedad expectante del no saber prácticamente nada, a que me expliquen los trozos de historia. La prefiero indirecta, subjetiva, impregnada de una visión sesgada e incompleta, un solo punto de vista que sé que es hipócrita, falsa y alejada de la realidad, pero así es.

martes, 20 de noviembre de 2007

El retrato de Dorian Gray; de Oscar Wilde

Excéntrico dublinés y ciertamente decadentista que, influído por el movimiento estético, defendió el "arte por el arte". Gran ejemplo de ello es El retrato de Dorian Gray, novela escrita en 1891, y única que escribiera Oscar Wilde. Con ella se dió pie al escándalo, pues, pocos años después, fué acusado gravemente por la comisión de actos homosexuales, y se iniciaría el famoso proceso judicial que le llevaría por dos años a la cárcel.

El texto está plagado de epigramas, es decir composiciones poéticas breves, que expresan de forma ingeniosa un pensamiento satírico o humorístico (ó) pensamiento satírico o burlesco expresado de manera breve e ingeniosa. Y el prefacio está saturado de epigramas relacionados con el arte y el artista: "el artista es el creador de las cosas bellas" ó "el pensamiento y el lenguaje son para el artista instrumentos del arte" ó "el vicio y la virtud son para el artista material para el arte" ó "todo arte es completamente inútil". Ya desde un primer momento la escritura de Wilde es mordaz y satírica, a la vez que finísima y provocadora en sus reflexiones sobre la moral o la iglesia.

Además, la novela está plagada de dilemas filosóficos, que a veces pueden ser tomados por sutiles bramidos cómicos, pero que encierran paradigmas necesarios, núcleos que hay que destripar en el discurso normal: ejemplo: el egotismo, el envuelto dorian gray en su capa de yoes narcisistas y cómo el peso su nublada moral, a veces romántica y enseguida indiferente, se imprime en un retrato suyo (espejo simbólico donde se observa la conciencia). También habría que hablar de ese espectro relatado entrelíneas (por ahora) referido a la concepción del arte como algo aún más importante que la vida verdadera: ejemplo: La tierna y malograda Sibyl, actriz de segunda categoría que creía en todo y que, apartir de su tórrido romance con Dorian, es incapaz de actuar porque ha sido por primera vez consciente de la verdadera realidad, y es ahora incapaz de moverse en lo que ella concibe como vacío espectáculo.

Leyéndolo uno puede hacerse una idea aproximada del porqué fué encarcelado su autor (teniendo en cuenta un contexto en el que la homosexualidad estaba penada por la ley) y yo supongo que sería por esos primeros capítulos donde se establece un trío: Basil, Henry y Dorian, en donde los dos primeros adoran al último por su belleza, y el último queda embelesado del segundo por su filosofía de vida. Las conversaciones están plagadas de diálogos excesivamente amistosos que, según leídos, pueden confundirse en una especie de sensualismo.

Pero creo que hay cosas más importantes que aquellas en las que se fijaron las leyes coetáneas a Wilde. En el discurso se disecciona de una forma hábil y magnífica el narcisismo y la vanidad, así como la sociedad inglesa victoriana y todos sus juegos de clubs y fiestas superficiales. El moralismo fundamental que se respira en El retrato de Dorian Gray se me parece al de Fausto, aunque tal vez debería decirlo al revés. Si lo pienso, también se me parece a El corazón delator de Poe. Hay en ellos similitudes básicas: el Henry de Wilde, es el demonio tentador que empuja a una vida de excesos y tentaciones. Mediante un deseo y una resolución fantástica, Dorian logra la eterna juventud, trasladando todo el peso de la vejez y la carga de la conciencia al cuadro que tantas similitudes con él tienen. En cierto sentido vende su alma al cuadro para obtener la belleza prolongada en el tiempo de unas pinceladas de pintura al óleo. Pero es precisamente eso, la belleza, lo que termina por odiar de sí mismo al final. También, Dorian (y es esto lo que permite su destrucción) puede escuchar hacia el final de la novela los latidos de su propia vanidad, y es precisamente ese el detonante que hace que Dorian clave el cuchillo en su propio retrato y muestre así, al mundo, su propio secreto.

El ser vanidoso y narcisista, animal de la pulsión y el desenfreno... ¿Acaso no estamos siendo empujados hacia esa dirección? Me refiero a todos, a todo el mundo: Una nueva filosofía moderna retratada por la sucesión de placeres inmediatos, cada vez más inmediatos. Creo que todos tenemos un espejo interior, algo menos definido que el de Dorian Gray, pero un cuadro donde nos miramos, donde baremamos nuestros
actos, donde nos juzgamos la moral. Todos lo escondemos, con mejor o menor fortuna, ante los demás. Como Dorian Gray, todos tenemos un desván donde lo escondemos, y donde de vez en cuando vamos a mirarnos con algo de miedo.

Según he leído, El retrato de Dorian Gray, es considerada como una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa, es por eso que no entiendo que la edición que tengo yo, la de Valdemar, del Club Diógenes, esté tan plagada de erratas en su ¡Cuarta edición!.

Justine; de Lawrence Durrell

La rueda de las lecturas fué girando y girando hasta posarse en Durrell, Lawrence, no Gerald. Pues Gerald, su hermano, fué también un gran escritor, y ambos escribieron bien, al menos eso dicen. Pero ambos supieron, o quisieron, dar una dirección muy diferente a sus obras. Por lo pronto, Lawrence, renegó de Inglaterra. Nada quería saber el cosmopolita del que fuera país de su familia. Su obra más importante es el llamado "Cuarteto de Alejandría", compuesto por Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, escritos entre 1957 y 1960.

Afronté la tarea de leer el Cuarteto de Alejandría con miedo en los párpados. Ardua la tarea, por vasta, muy vasta la obra. Temor alentado, claro, por la magna extensión de cuatro, uno, dos, tres y cuatro, libros. Todo comienza en Justine. Aunque el mismísimo autor ha explicado varias veces que las novelas pueden ser leídas como entidades individuales.

Comenzar a leer Justine supone haber encontrado un hogar agradable en el desierto. Leyéndolo uno se adentra en un espacio de arena y casas de arcilla donde el amor lo ensucia todo. Sí, como suena: lo ensucia. Porque el amor visceral, sin florituras, es el vómito inverso del mundo. Para ejemplo, dice un personaje: Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrir, o hacer literatura.

Porque, oh improbables lectores, ésta es una obra (el Cuarteto) absolutamente dedicada al amor. No al amor romántico, que también, sino al amor que da dentelladas furiosas. Porque, amigos y enemigos, cuando se destapa lo que hay por debajo de la superficie carnosa de las personas, eso que tan pocos muestran, nos encontramos algo que no suele ser agradable, algo que dista mucho de la concepción que suele exhibirse del amor. Ese algo está manchado del animal interior del que venimos, sin máscaras. Justo de eso habla Durrell, de lo que las palabras difícilmente suelen transmitir: Una vida subterránea, las riendas del latido verdadero.

La obra también versa sobre Alejandría ¡Alejandría! Ciudad del norte de Egipto, que reposa en el delta que hace el Nilo y al lado del lago Mareotis. Ese Mediterráneo es aguijoneado por el sol, sol que está contínuamente presente; y, como no podía ser de otra manera, el texto se ve salpicado por la poesía de Cavafis, el viejo, o el poeta de la ciudad: La ciudad es una jaula./No hay otro lugar, siempre es el mismo/puerto terreno, y no hay barco/que te arranque de ti mismo.!Ah! No comprendes/que al arruinar la vida entera en ese sitio, la has malogrado/en cualquier parte de este mundo?

A pesar de todo leer Justine no es fácil. Todo lo contrario: Uno doblega la concentración para captar todos los doblesemblantes de la prosa poética de éste hombre. Y eso, lo que queda tras el esfuerzo, es tan grande que no importa demasiado. No chirría comparar su prosa con Proust o Faulkner. Tal vez por eso Justine palpita con un corazón que amaga arritmias: Lento, como maduran los buenos vinos (o eso dicen). Por eso es bueno beberlo a sorbitos.

Cada personaje dibujado se incrusta con rabia en la memoria precipitada. Y es un incesante fluir de personajes hechizantes: Clea, Scobie, Arnauti, Pursewarden... y claro Balthazar. Pero si hay un personaje por excelencia en el libro, ese es Justine, esa mujer terrible, oscura y triste, que siempre existió en la literatura. Como símbolo de lo desgarrador y visceral que puede llegar a ser el amor o la concepción del amor.

Del narrador, que nos acompaña durante toda la travesía, no sabemos más que estuvo enamorado hasta la médula de Justine, y que ahora vive en una isla rememorando aquellos días pasados de Alejandría. No sabemos ni su nombre. Ni siquiera estamos seguros que todo aquello que cuenta esté ordenado de forma temporal. Esa es la razón de que existan tres libros más. Según Durrell (o en palabras de Pursewarden, que parece ser el mismo Durrell) éstos son una serie de novelas en n-dimensiones, es decir: La historia no transcurre de a hacia b, sino que pasado y presente se mezclan, y la forma de éstas se basa en el principio de la relatividad: Tres lados de espacio y uno de tiempo (algo parecido a lo que hizo Kurosawa con Rashomon) siendo ésta su estructura, el tema principal es el estudio, casi viviseccional, del amor.

"¿qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas?"

o

"¿acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?"

Justine acaba como un coito. Mezcla de relax y excitación, y tal vez un poco de sueño tras la lectura. Podría disertar infinitamente sobre lo que me parece éste libro: Todo serían palabras grandes, evocaría todos los párrafos inquietantes (desestabilizadores muchos y tal vez explicativos) y todas las sensaciones que gesta y, aún así, quedaría en mí esa indescriptible sensación de no haber podido asir con las palabras todo lo que ha significado. Leer Justine, tal vez, sea plantar semillas bajo la psique, granitos germinantes que se van agitando y desperazándose poco a poco, en un amanecer lento.


jueves, 15 de noviembre de 2007

Una soledad demasiado ruidosa; Brohumil Hrabal

Hrabal, nacido en la República Checa de 1914, no empezó a escribir hasta 1963. Antes ya había estudiado derecho en Praga, y, durante la segunda guerra mundial, había desempeñado numerosos trabajos: tramoyista, viajante de comercio, prensador de papel, vigilante de trenes, oficinista... algunas de éstas actividades las tomaría como base para luego escribir novelas como "Trenes rigurosamente vigilados" (1965) o "Una soledad demasiado ruidosa" (1977). Fué grandemente influenciado por su compatriota checo Jaroslav Hasek.

El héroe del que habla Hrabal en ésta novela es "un hombre corriente que lleva sobre sus hombros el peso de la realidad". Un hombre que, por otro lado, no deja de parecerse al autor. Por eso comentaría que "allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios". Es por eso que yo me imagino a Hanta, el héroe; algo calvo, de ojos huidizos y algo achaparrado. Ciertamente ésta imagen está un poco infectada por los prejuicios que me trae la única fotografía que he visto de Hrabal: en la contracubierta de un libro. Y es que, conociendo cómo murió Hrabal –resbaló de la ventana, desde del quinto piso del hospital en el que estaba, en su intento por dar de comer a las palomas-, no cuesta hacer un símil entre él y el protagonista de su novela: Los dos mueren por un ideal fantástico que les está grabado en la sangre, y sin los cuales no pueden vivir. Uno mira fuera del hospital, y el otro mira a su pequeña y antigua máquina de prensar papel con la que lleva trabajando desde hace treinta y cinco años. Hanta crea un espacio, un subsuelo, poblado por ratoncillos, gitanillas, muchos libros de los que se va encontrando, y la enorme soledad que el destino ha ido inculcándole. El amor por su quehacer diario se transforma en una religión: hacer balas de papel prensado, que él crea con un mimo y un cariño sobrenaturales. En éste destino, lo acompañan todos esos libros que ha ido encontrándose entre la basura que ha de prensar, y todas las lecturas que hace de esos libros quedan reflejadas en su forma de mirar hacia su propio mundo. Así, Hanta es el único que sabe que “en el corazón de cada paquete descansa, abierto un libro” en cada bala un libro: Lao-Tse, Jesucristo, Nietzsche, Hegel, Goethe, Schiller, "y yo soy al mismo tiempo el artista y el único espectador”.

Es éste un libro terrible, de una belleza indescriptible, que evoca un sentir profundo y un universo limpio, similar, tal vez, a ese silencio brutal que a veces llena de vacío nuestras noches.

Sexus; de Henry Miller

Famoso por su triología de los trópicos [Trópico de cáncer (1934), Primavera negra (1936) y Trópico de cáncer (1939)], Henry Miller construyó todas sus novelas sobre una base autobiográfica, y en ellas destacó, sobre todo, por un lenguaje crudo y tocando habitualmente de forma totalmente desinhibida temas de índole sexual: Por ello fué acusado de obscenidad en los Estados Unidos.

Sexus (1949), es la primera novela de tres que conformarían la denominada triología de la Crucifixión Rosada, y en ella, encontramos lo mejor y lo peor de Miller. Lo mejor, por esa garra biográfica de la que hizo gala en toda su obra, su vitalismo exacerbado, su salvaje impulso hacia la vida, y del que éste libro es buen ejemplo, por sus numerosos pasajes brutales. El sexo aparece a borbotones y explicitado de muy diversas formas: desde lo farragoso, salvaje y obsceno, a lo lírico y sensual. Otro de los puntos fuertes de ésta obra son las lúcidas reflexiones que hace Miller sobre el acto de convertirse en escritor, el desligarse de las ataduras sociales y personales, el hablar sobre los autores que le construyeron: Dostoyevski, Whitman, Hamsun... Algunas de estas notas biográficas son impresionantes, totalmente poéticas, y algunas de las disecciones intelectuales, en las que se embarca tejiendo larguísimos párrafos, son sencillamente brillantes (como ejemplo el capítulo 14, donde hace una comparación genial entre la terapia psicológica y el camino de la vida taoísta, y cómo todo ello lleva a la realización personal). He de citar una de éstas frases:

Todos somos culpables de un crimen, del gran crimen de novivir la vida al máximo, pero todos somos libres en potencia. Podemos dejar de pensar en lo que no hemos hecho y hacer lo que esté en nuestro poder. Nadie se ha atrevido a imaginar de verdad qué pueden ser esos poderes que hay dentro de nosotros. Que son infinitos lo comprenderemos el día en que reconozcamos ante nosotros mismos que la imaginación lo es todo. La imaginación es la voz de los atrevidos. Si hay algo divino en dios, es eso. Se atrevió a imaginarlo todo.

La otra cara de la moneda son algunas de esas farragosas disquisiciones en las que, frecuentemente, Miller se pierde totalmente, dispersándose de una manera tristísima, y haciéndose ciertamente aburrido. La imagen que me viene a la cabeza es la de una bolsa de canicas que cayera al suelo y saliesen todas las ideas despedidas en todas las direcciones.

Aprendizaje o el libro de los placeres; de Clarice Lispector


Que naciera en Ucrania fué algo prácticamente casual, pues a los dos años emigró junto con sus padres a Brasil. Allí fué donde desarrolló su arraigamiento, del que nunca logró del todo desembarazarse, así como un lenguaje escritural muy íntimo relacionado con el flujo de conciencia. Por éste método fué comparada con James Joyce y Virginia Woolf.

Recuerdo que recomencé a leer éste libro, "Aprendizaje..." (1969), tras el imposible esfuerzo de terminar "Fiasco" de Lem -un esfuerzo que tenía que ver más con el momento por el que estaba pasando, que por la dificultad de su lectura-. Hacía unos meses que ya me había enfrentado a "Aprendizaje..." sabiendo que Lispector no es una autora para todos los paladares -tenía ya la experiencia de haber leído, con gran esfuerzo, "Cerca del corazón salvaje"- y, esa vez, creí que no me costaría tanto. Error, éste libro, que es de una extensión mucho menor, me supuso mayor empeño por su enorme profundidad introspeciva, y tuve que dejarlo en la página cincuenta.

Tal vez lo retomé porque había encontrado la serenidad necesaria para poder terminármelo.

El libro comienza con éste texto arrebatador:
Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla. Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente. Yo soy más fuerte que yo.

Lispector es desnudez. Lo vuelve a ser en éste libro, e intuyo que lo es cualquiera de las novelas y cuentos que escribió. La reflexión que, durante las ciento cuarenta páginas, somete a examen la autora es prácticamente inabarcable: La exacta traducción del sentir en la palabra, y en especial del sentir femenino. Se enfrenta así la autora en determinar los límites de la palabra y el lenguaje. Asistimos a la necesidad de una mujer por responder a las preguntas que sus propios sentimientos, a través del vivir el día a día, le proponen en su afrenta con su propia vida y con los que la rodean. Especialmente esas preguntas están relacionadas con el amor -más específicamente en la entrega y la libertad-, en el vivir individual enfrentado con el vivir social, en la experiencia compartida, en lo grande que puede ser lo más pequeño, en la paciencia y el deseo. El mundo de Lispector es enorme, y uno a veces, leyéndolo, cree estar perdiéndose en una jungla subjetiva vastísima, como si la autora se mirase en un espejo impúdico que le permitiese poder mirar hasta el más mínimo detalle de sí misma, ese reflejo que se ha empeñado en analizar. La trama de la novela es prácticamente inexistente, lo que realmente importa es el monólogo interior: el stritease del que somos copartícipes.

La nota negativa de éste libro es precisamente su virtud más importante: Hiere. Y es un desafío nada fácil introducirse y dejarse rebosar por él.

martes, 13 de noviembre de 2007

Confesiones de un inglés comedor de opio; de Thomas De Quincey

El eminente Thomas De Quincey tuvo también su negra historia de experimentación vital. Y da muestras de ello en la primera parte de su autobiografía: la famosa "Confessions of an English Opium-Eater", escrita en 1821 por entregas y publicada anónimamente en la London Magazine, donde abarcaría desde su más tierna infancia hasta los pormenores de su lucha de amor y odio contra la adicción al opio.

Tras éste atrayente y perturbador título, se esconde un interesante y personalísimo ensayo sobre los efectos del consumo del opio durante la vida del propio autor. Además de sincerarse en éste sentido, De Quincey, aprovecha para analizar gran parte de su infancia y juventud, así como las causas que le llevaron a vivir como indigente en las calles de Londres. Más tarde publicaría la continuación "Suspiria de profundis" y, finalmente, "Apuntes autobiográficos" completaría ésta triología de textos autobiográficos. Lo primero que llama la atención en "Confesiones de un inglés comedor de opio" es el frondoso título: Morboso a más no poder y del que descubrimos, al bucear entre sus páginas, que ciertamente el autor no era comedor sino bebedor de opio (ya que tomaba láudano, y éste es tintura de opio). Además la palabra "Confesiones" nos lleva indefectiblemente a pensar en un confesionario eclesiástico, como si el autor se arrodillase ante Dios para expiar sus pecados. No en vano el autor decía que fueron escritas "desde el interior de la iglesia del opio".
Dotado de una gran cultura y sensibilidad, nos cuenta que, en estas confesiones, quiso desmarcarse totalmente de las del francés J. J. Rousseau, las cuales consideraba que eran todo lo contrario de lo que él se había propuesto: Poner su corazón al desnudo, sincerarse del todo. Y así, agraciada o desgraciadamente, nos relata que, en un primer momento, le recomiendan su toma como analgésico por un dolor de muelas y también a causa de dolor gástrico y la tuberculosis. De Quincey, durante un tiempo, se mintió así mismo pensando que el aumento paulatino de gotas de láudano era por éstas dolencias, pero en realidad confiesa que fueron sus ansias por la experimentación y el sueño del opio las verdaderas causas que le llevaron a aumentar las dosis hasta las ocho mil gotas diarias. Lo más impresionante de todo el libro es que llegó a escribir algunos de aquellos sueños, o pasajes, que estaban impregnados de láudano: los delirantes sueños de opio del autor, los cuales son arrojados al texto en una delirantes, orgiásticos, apoteosis lingüística y paisajista, y desbordante de finísima poesía. Además va diseccionando de forma sistemática y lógica el sufrimiento y el dolor por verse prisionero entre los barrotes de la adicción que, en un primer momento, le prometía una liberación psíquica y la numinosa lucidez. Dado que el texto está plagado de referencias e imbuído con cierto poso moral, éste se convierte así en guía para los que puedan verse en la misma situación en la que él estuvo. Aún así es muy interesante que De Quincey hable, no sólo de los efectos negativos y oscuros del opio, sino que también relate todo aquel placer que le provocó:

Devuelves a la luz del sol las mejillas de muchachas hace tiempo sepultadas, los rostros benditos del hogar limpios de "los deshonores de la tumba". Sólo tú haces estos regalos al hombre y posees las llaves del Paraíso ¡Oh justo, sutil y poderoso opio!

Malpertuis; de Jean Ray

A Jean Ray le latía ferozmente una sangre ancestral, que olía un poco a vino viejo, de antepasados indios, y tal vez por ello convirtió su vida en una gran aventura: Recorrió los siete mares, robó, fué traficante de armas y alcohol, e incluso fué encarcelado durante dos años por desfalco. Mientras, tal vez para cristalizar esas ansias de peripecias y hazañas, escribía relatos de terror. Entre otros creó a Harry Dickson, una especie de Sherlock Holmes americano, publicó en la mítica Weird Tales, y, por encima de todo, edificó Malpertuis.

Escrita en 1943, Malpertuis se ha convertido, con el paso de los años, en una de las más fantásticas novelas de terror de corte gótico del siglo XX. En mi caso fué toda una experiencia. Ésta preciosidad cuenta de manera magistral cómo un hombre roba una serie de manuscritos escondidos en un convento. Al ordenarlos, se da cuenta que todo en ellos tiene un sentido y una dirección a pesar de su estructura fragmentaria. Lo escrito allí apunta hacia Malpertuis, una misteriosa casa, en donde pasaron una serie de hechos inverosímiles y del todo extraños, cuyo origen parece estar relacionado con sucesos aún más antigüos, y de índole oscura, acaecidos entre sus muros, ahora silenciosos. La historia va desgranándose desde estos manuscritos, haciendo el dibujo de esa casa maldita y nido del mal absoluto. Se enreda el amor y los celos, una cuantiosa herencia, unos siniestros personajes escondidos bajo las sombras, el Miedo, el Tiempo... La humanidad entera yace encerrada en la claustrofóbica casa, que se convierte así en el arquetipo del mundo: La lucha entre lo divino y lo infernal, la luz y la oscuridad, la vida y la Muerte. Todos los elementos van mezclándose para dar forma a la argamasa donde se sustenta ésta novela de terror poco convencional, llena hasta los bordes de profusa lírica, constantes metáforas y simbologías impactantes, que logran absorber al lector, de forma inmediata, en su mundo ambigüo.

Nova; de Samuel R. Delany

El barbudo negro del Harlem no es otro que Samuel R. Delany, famoso autor, muy aclamado, de ciencia ficción. Viendo una fotografía suya lo tildaría de un Marx desaliñado y blusero de naves espaciales. Fué autor, entre otras, de La intersección Einstein, Babel 17, o Galaxias como granos de arena. Las dos primeras fueron galardonadas con el prestigioso premio Nébula.

Diré que Samuel R. Delany es autor de culto dentro del mundillo, pero que no convence a todos. Leyendo "Nova" (1968) he podido comprender el porqué, o al menos un porqué. Delany escribe de puta madre, eso sí: Maravillosas y preciosísimas piezas de un puzzle que, y ahí es donde viene el problema, no sabe bien cómo encajar para que todo muestre una imagen bien definida. Me explico: El autor sabe cómo hacer llegar al lector un poso lírico en la narración que, al menos yo, echo siempre de menos en la mayoría de los libros de ciencia ficción, pero por contra, e inexplicablemente, no consigue rematar del todo la faena, desinflándose la narración de manera asombrosa.

La sensación final es la de haber leído una novela con grandes ideas, terribles esbozos, con un planteamiento cercano a "Moby Dick" de Herman Melville, pero que se queda sólo en eso: En un quiero y no puedo. En esencia, y resumiendo mucho, el libro narra los pormenores del viaje de una nave estelar que va en busca y captura de una Nova (la implosión de una estrella) para extraer de ella el que será un preciado elemento del futuro: el ilirión. Tras éste telón se esconden sombríos motivos que nos remontan al pasado de los protagonistas: Un capitán desfigurado, un músico que toca la siringa (una especie de arpa que produce imágenes y sonido acompasado), un hombre culto en busca de una primera novela, una tarotista...

Muy recomendable su lectura, pero su fallida ejecución le resta muchos puntos. Es una verdadera pena pero podría haber sido una gran novela.

lunes, 12 de noviembre de 2007

La lechuza ciega; de Sadeq Hedayat

Sadeq Hedayat, escritor iraní, enamorado y estudioso de la literatura occidental, además de autor de inquietantes pinturas, fecundó algunas obras de carácter breve, en las cuales, como en La lechuza ciega (editada en 1937), reflejó un sentir desasosegante y melancólico; sentimientos con los que, por otro lado, convivió hasta que decidió suicidarse a los 48 años en París. El sentimiento de arraigo hacia Irán y su tierra, contrastaba enormemente con la conmoción que le provocaba ver los abusos que se cometían hacia su gente; abusos, que nunca dejó de atacar.

Tuve la suerte de conseguir una de esas preciosas ediciones de éste libro que hizo Valdemar en su colección de "El ojo sin párpado". Colección mítica ya que, por otro lado, contenía numerosas joyas mayúsculas de la literatura fantástica entre las que estaba ésta. Fué por eso, también, que leer éste pequeño libro se convirtió en algo aún más íntimo, si cabe decirlo. Y adentrarse en él fué como colarse en una pesadilla ajena. Relato a veces onírico, de un lírico contenido, se enreda entre los ojos una historia que, alguien anónimo, cuenta a su propia sombra. Tal vez por eso, nos sentimos lejanos a lo que nos cuenta Hedayat, como indiscretos voyeurs que se han encontrado casualmente con alguien que habla sólo para sí mismo pero, a la vez, su susurro, hace que nos sintamos cerquita de todo ese desasosiego desprendido. El relato, de apenas cien páginas, se hace muy extraño hacia la mitad, donde se produce una especie de cambio de registro. En un principio se nos presenta a un hombre románticamente enamorado de una bella mujer, melancólico y sensibilísimo. Luego, tras una especie de sueño del opio, asistimos a una gradual transformación, donde pesadilla, sombras oscuras, sangre y soledad, se mezclan para convertir al protagonista en una especie de buho ciego, lechuza que solo está capacitada para ver sombras a su alrededor. De alguna forma, ésta transformación sufrida por el personaje, contiene reminiscencias que nos llevan a pensar en Gregor Samsa, el triste protagonista de la Metamorfosis, pero tal vez la influencia más relevante sea la del gran E. A. Poe.

Para terminar, contaré una leyenda preciosa, de las que inquietan, referida a la tumba de Hedayat. Resulta que sobre ésta, que se halla en Père-Lachaise, existe una pirámide negra con un buho grabado en su superficie. Todas las noches se acercan una docena de gatos que no dejan de maullar y maullar mientras observan el dibujo de la lechuza. Espeluznante ¿Verdad?

Corazones perdidos; de M.R. James

Bajo el título "Corazones perdidos" de Montague Rhodes James, editado en la colección Gótica de la editorial Valdemar, se esconden los mejores relatos de fantasmas escritos nunca (tal vez con el permiso de Joseph Sheridan Le Fanu, de quien aseguró en varias ocasiones estar influenciado). Un goce orgiástico para los sentidos. Se trata de los excelentes 31 cuentos de fantasmas recogidos en "The Collected Stories of M.R. James" publicado en 1931. El volumen contiene los cuatro libros de relatos de fantasmas que había publicado anteriormente, englobando así la práctica totalidad de sus cuentos, exceptuando tres de ellos, que se publicaron después.

Éste anticuario de Kent, condado al sureste de Londres, fué bibliófilo, medievalista, lingüista y un gran estudioso de la Biblia. Además, era aficionado a la arqueología, la paleografía, al arte eclesiástico, a las traducciones y ensayos, y a las antigüedades. Y por si fuera poco, llegó a ser director y vicedirector del "Eton college" y el "King's college" de Cambridge. Con éste historial resulta hasta divertido que su fama haya llegado hasta nosotros por uno de sus hobbies más "banales": escribir cuentos de fantasmas.

Personalmente, me maravilla la precisión barroca con la que contaba James para describir con palabras exactas esos parajes de la Inglaterra rural de finales del XIX y principios de siglo XX; parajes opresivos que están preñados de secretos y extrañas historias que, poco a poco, el autor va desgranando con pulso firme, haciéndonos sentir cierto crescendo tensional hasta llegar al desenlace final de la trama. En la mayoría de estos cuentos de fantasmas, James, hace uso de todo su bagage cultural y erudicción, vertiendo en sus historias todas sus pasiones: libros antigüos, conocimientos de arte y lingüística, catedrales, viejas iglesias, y parajes oscuros como bosques, páramos... Utilizó todos estos elementos ambientales convenientemente, aunque habitualmente aderezados con un finísimo humor, como medio para hacer llegar al lector un realismo inquietante en los relatos, y precisamente así proyectar una de las emociones esenciales de la humanidad: El miedo.

Otro de los motivos que hacen de él alguien único, es el tratamiento que dió a sus fantasmas. Éstos no fueron los clásicos fantasmas victorianos, ya muy manidos; sino que sus fantasmas tomaban formas totalmente extrañas: casi monstruosas. En palabras de Lovecraft, en su afamado ensayo El horror en la literatura, "El espectro habitual de M.R. James es delgado, enano y peludo: Una abominación perezosa e informal de la noche, a medio camino entre la bestia y el hombre... Este espectro tiene una constitución de lo más excéntrica: Un rollo de franela con ojos de araña, o una entidad invisible modelada con las ropas de una cama cuyo rostro lo forma una sábana arrugada".

En éste libro aparecen incluídos varios de los relatos más fascinantes que yo haya leído. Para ejemplo "¡Silba y acudiré!" es uno de los que mayor impronta me ha causado en mi historia como lector, sin duda. En éste caso el "objeto", pues en las historias suele haber hay un objeto protagonista, es un silbato. Otros relatos destacables (aunque la gran mayoría son fascinantes, y en realidad tendría que citarlos todos) son: "El Grabado", "El fresno", "La habitación número 13", "El señor Humphreys y su herencia"o "La casa de muñecas embrujada".

Los elixires del diablo; de E.T.A. Hoffmann


Hoffmann escribió, y se nota mucho al leer la novela, ésta historia bajo la hechizante influencia de "El monje" (1796) de M.G. Lewis, una de las cúspides de la novela gótica (Incluso se cita, que uno de los personajes llega a leerla). En ambas pueden observarse rasgos muy similares: Un monje es el protagonista, y es considerado en alta estima y con grandes aspiraciones espirituales; éste es tentado una y otra vez por el mismísimo diablo, y en las dos al final el monje cae febrilmente en una sucesión de pecados impuros.

La diferencia estriba, en el caso de "Los elixires del diablo" (1815), en que Medardo (así es llamado el monje) bebe un extraño elixir, con el que el Demonio tentó a San Antonio, que además de dotarle de una claridad oratoria, hace que poco a poco su conciencia sea escindida: convirtiéndose su vida, desde entonces, en una sucesión de crímenes impíos a los que el monje se ve empujado por una fuerza irresistible, tal vez también por la consideración de una especie de "transmisión hereditaria de la criminalidad". Fruto de ésta escisión, entra en escena un doble (doppelgänger), un reflejo del propio Medardo que no es ni más ni menos que el propio desequilibrio de la conciencia. Esto podría interpretarse de muchas maneras, pero acaso la más interesante podría ser el de la esquizofrenia, lo cual dá mayor riqueza al texto, pues: Puede considerarse tanto en un plano religioso: mal de conciencia por haber pecado; como en un plano médico: escisión de la identidad, lo cual significaría un trastorno psicológico. Podría hacerse una rica comparación entre éste texto y el de El doble (1846) de Dostoyevski. En ambos, los protagonistas, proyectan sus miedos en la figura del doppelgänger, apareciendo de ésta manera en ese doble el concepto de lo siniestro: Lo conocido, de repente, se convierte en algo ajeno y desconocido.

Uno de los grandes problemas que le encuentro al libro, es el de su verborrea. Hoffmann hace hablar a sus personajes en eternas frases que parecen no tener ningún sentido. Un personaje puede empezar hablando de una cosa y terminar hablando de una bien distinta, lo cual hace que los interminables párrafos terminen haciéndose un tanto aburridos. Aún así, éste libro, es altamente recomendable, plagado de reflexiones morales que reflejan la eterna lucha entre Dios y el diablo, el bien y el mal, la culpa y la conciencia

El aleph; de Jorge Luis Borges


De lo primero que uno se da cuenta leyendo a Borges es que está leyendo a toda una eminencia. Pocos autores pueden darle un sentido tan profundo a las palabras como éste argentino. Sus letras tienen una proyección prácticamente inasible para alguien con un nivel cultural bajo o medio, o incluso alto, pues el argentino usa multitud de referencias históricas, literarias y metalinguísticas en todos los cuentos coleccionados bajo "El Aleph".

De lo segundo que uno se da cuenta es de la profunda ignorancia de quien lo lee (hablo por mí, claro), pues enfrentarse a unos textos Borgianos, implica ser consciente de las propias lagunas de conocimiento y literatura universal. Esto puede llegar a ser muy frustrante, y refugiarse en frases como "pedante" para designar éste libro, o para tildar incluso a Borges.

Mi opinión sobre sus cuentos es una mezcla de estas dos enumeraciones. En primer lugar me parecen unos cuentos increíbles, con una imaginación y un ingenio para desenvolverse espeluznante. Cuentos como: "Emma Zunz", "La casa de Asterión", "El inmortal" o "Abenjacán el bojarí" me han dejado una impresión buenísima. En segundo lugar hay otros de los cuentos en los que sé que no he sido capaz de dar con el significado completo, asir lo íntegro de ellos, sino que me he dejado llevar por una muralla de datos, palabras y nombres extraños. Los cuales, aún fascinándome a fragmentos, no me han logrado calar.

En todos ellos se observa una búsqueda del Todo: puede presentirse el Ying Yang, el imposible surco que divide al bien y al mal, lo simbólico en los laberintos, las infinitas búsquedas, las obsesiones...

El desierto de los tártaros; de Dino Buzzati



Tremendo libro. Buzzati me ha dejado derrotado, tal vez herido. Uno de los libros de mi vida.

Hace un tiempo ví en una librería una nueva edición recién publicada de "El desierto de los Tártaros" por la estupenda editorial Gadir. Tenía un pequeño prólogo de Borges, que como es obvio tuve la imperante necesidad de leerme, en el que el argentino expresaba su tremenda admiración por ésta obra y por Buzzati: "En sus páginas retrotrae la novela a la epopeya, que fué su manantial: el desierto es real y simbólico, está vacío y el héroe espera muchedumbres".

Escrita en 1940, la narración contenida en "El desierto de los tártaros" es profunda, a veces onírica, en otros momentos el autor se vuelve seco y duro; pero en esencia la novela es muy gótica, eso sí: cambia aquellos castillos medievales de Walpole y Radcliffe por una arquitectura diferente: La fortaleza Bastiani. Ésta, en una zona limítrofe norte de un país imaginario, da a un desierto: El desierto de los Tártaros. Allí, en aquel lugar inhóspito al que nadie quiere ir, va destinado Giovanni Drogo, el triste protagonista, un joven, que en la flor de la vida, aspira a realizar grandes hazañas y conseguir los más altos honores.

"El dolor es la verdadera mentira del mundo, la verdadera vergüenza del mundo" dijo Buzzati. Y en ese pequeño o gran espacio es donde se articula la novela. Una mirada que destila angustia y terror, expresada en la espera, donde lo ambigüo (ese desierto), debe responder a la pregunta de nuestra existencia. La fortaleza, y el propio desierto, funcionan góticamente a modo de espejo para los personajes, como un símil modernizado del ambiente en las novelas de Radcliffe o Lewis, donde Drogo descubre sus sueños y pero también sus miedos. La novela, de ésta forma, está preñada de infinidad de simbolismos, de metáforas, que además, en algunas partes del libro, funcionan como un espejo para el propio lector. Lo cual, en mi caso, ha sido un poco duro. Pero... ¡Qué fantástico encontrar un libro así! Tan cargado de silencios, y que invita constantemente a proyectar los fantasmas propios. Y qué bonito también que fuera un desierto el paraje elegido por Buzzati: un lugar donde los "espejismos" nacen de uno mismo. Un lugar ambiguo, y a la vez vacío, donde poner los sueños o las pesadillas.

Existe una película con el mísmo título, rodada por Valerio Zurlini, que representa ésta novela en el misterioso desierto iraní de Lot, y más concretamente en el castillo de la ciudadela de Bam. Ésta se hace interesante por su excelente ambiente, pero cojea en el sentido simbólico que sí tiene la novela. Lo cual, a mi modo de ver, es precisamente lo más importante.

El castillo de Otranto; de Horace Walpole


"El castillo de Otranto" fué la primera de una serie de narraciones que se encuadrarían dentro de lo que ahora denominamos el género de la literatura gótica clásica. Su autor, Horace Walpole, lo tituló primeramente como "Otranto, una narración gótica" y de ésta forma acuñaría un término que englobaría todo un género.

Éste tipo de literatura germinó en una época (1764) donde dominaba el espíritu de la Ilustración, el cual ensalzaba la razón y el conocimiento verdadero, y denostaba los prejuicios, los miedos y las supersticiones. En éste marco creció una corriente totalmente opuesta, es decir, sensacionalista e incluso melodramática. En ella se apoya la literatura gótica clásica: En una reacción contra el pensamiento dominante de la Ilustración, fundamentado en una expresión emocional, estética y filosófica precisamente contraria. Romper ese dominio de la pasión y aquellas normas, en las que estaba enclaustrada la fantasía de aquella Edad de la razón, se convirtió en un acto de liberación. Y durante seis décadas, desde 1765 hasta 1820, la literatura gótica sació esa sed: sus máximos exponentes serían, además de El castillo de Otranto, Los misterios de Udolfo, de Ann Radcliffe; El Monje, de Lewis; y Melmoth el errabundo, de Maturin.

En el Castillo de Otranto, bajo el marco de un castillo medieval, Walpole crea un argumento simple, que hoy en día puede parecer muy inocente: Especulación palaciega, misterios sobrenaturales (la aparición de ese yelmo gigante aún me conmueve), pasajes plagados de desdichas y muertes, viles persecuciones de muchachitas (por esos pasadizos oscuros y derruídos), apariciones espectrales, misteriosos ruidos, y sobre todo la expresión por parte de los personajes de emociones exacerbadas (a la manera del romanticismo).

Hoy en día leer ésta novela puede parecer hasta jocoso, pues algunas de las escenas ciertamente rayan lo absurdo. Pero, contextualizando su importancia dentro de la época en la que apareció, uno no puede dejar de maravillarse ante éste revulsivo construído bajo una historia de mentiras, pasiones y muerte. No es más que la pura liberación expresiva y emocional que, tomando por bandera la fantasía, es capaz de crear gran puerta a la imaginación y al miedo.

El judas de Leonardo; de Leo Perutz


El segundo libro que leí de Leo Perutz, y la sensación fué magnífica. Esta vez el autor lo tenía fácil conmigo, Leonardo Da Vinci es uno de los personajes de la historia que más me fascinan. Aún recuerdo, como si fuera ayer, la enorme impresión que me causó ver en directo "La virgen de las rocas" cuando estuve en Londres hace cuatro años.

En el libro Perutz representa la época milanesa de Leonardo, cuando lentamente pintaba el mural de "La última cena", al parecer tuvo problemas para encontrar un rostro que representase la esencia de Judas Iscariote. Y es de esto de lo que trata el libro. Perutz se hace con la esencia de de ese Judas que busca Leonardo y crea a Joachim Behaim en la ficción, ese que al final pasaría a la historia como Judas por posar como tal. La historia retrata fielmente la época, al parecer Perutz tardó mucho en completar el libro (el último que escribiría) y se documentó muchísimo (lo cual se nota, pues por la narración pasan famosas personalidades de la época como: Ludovico Maria Sforza el Moro, Marco d'Oggiono, el poeta Villion...). Además, en el libro se hacen reflexiones profundas sobre el amor y el dinero, y sobre dos concepciones muy distintas en el arte: la de Leonardo (un arte lento, meditador, observador y racionalista) y la de Villon (un arte que surge del estómago, intuitivo, veloz y espontáneo).

El libro se me ha hecho muy ameno, me parece una lectura que pretende, no solo rendir homenaje al autor de la Gioconda, sino presentárnosla de una manera lo más realista posible, parafraseando frases suyas, repitiendo pensamientos expresados en sus escritos, y en esencia haciendo un retrato psicológico creible de este inmortal autor, dibujando, através de la metáfora que alberga el libro sobre el amor, los perfiles de su pensamiento y convicciones más íntimas.

Qué grato se me hace leer a este Perutz, así da gusto.

domingo, 11 de noviembre de 2007

El Barón Bagge; de Alexander Lernet-Holenia

Lernet-Holenia, combatió en las dos guerras mundiales, y tras una ejemplar carrera en el ejército como oficial austriaco, lo dejó todo para dedicarse a escribir. Amigo de personajes tan eminentes como Leo Perutz y Stefan Zweig, consideraba que su logro más importante había sido el de la poesía. Pero en realidad, tras el transcurso del tiempo, ha sido encumbrado como uno de los mejores narradores austriacos del siglo XX, y, de su producción, son sus narraciones de corte fantástico las que han sido las más apreciadas. Entre ellas destaca, por encima de todas, "El barón Bagge" editada en 1936.

Es maravilloso cómo una novela corta puede contener tantísimo sentimiento dentro. Ésta es una historia de amor poco convencional, un amor cuyos brazos van más allá de la vida y la muerte, una desgarradora historia a caballo (nunca mejor dicho) entre lo onírico y lo real, que logra apasionar desde la primera página hasta la última. En ella se relatan los pormenores que corre en los Cárpatos un destacamento de caballería austro-húngaro liderado por un oficial enloquecido. El clima realista y sosegado del principio de la narración se va tornando cada vez más fantástico y extraño. Y las cosas no son en realidad lo que parecen tras una sangrienta batalla. A partir de entonces la vida cambia para todos.

Una gran parábola de la vida y la muerte, separada por un puente de oro. Vibrante y estremecedora. Una obra indispensable del relato fantástico.

Bartleby, el escribiente; de Herman Melville

Pequeño librito, de apenas ciento cincuenta páginas, con cinco cuentos.

Destaca por encima de los otros cuatro el que dá título a la recopilación: "Bartleby, el escribiente", en el prólogo se habla de la repercusión que tuvo este relato desde el momento mismo de su publicación; rodeado de una aureola de polémica, tal vez por la novedad en su trama, este raro cuento, que es precursor directo del Kafka de la Metamorfosis o de El Proceso, y del existencialismo (Camus cita a Melville y a Kafka como influencias), plantea una hipótesis inverosímil: Un escribiente de una empresa se niega a realizar trabajo alguno, siempre bajo la frase de "Preferiría no tener que hacerlo". La extrañeza que produce esta surrealista situación se mezcla, a su vez, con unas cuantas situaciones graciosas, y una sensación melancólica con un inexplicable final.

El siguiente relato "El campanario", al parecer influido por su amigo Nathaniel Hawthorne, nos sitúa en un remoto espacio-tiempo, para contar la sobrenatural historia de la construcción de un inmenso campanario. Este cuento llama la atención, sobre los demás de la compilación, por ser, sin duda, el más oscuro y tétrico.
En los otros tres, irregulares para mi gusto, siempre busca Melville un final moralista demasiado evidente, notándose en ellos el carácter religioso del escritor.

En fín, una recopilación de relatos recomendable, del autor de Moby Dick, aunque solo sea por la rareza singular de los dos primeros.

Gormenghast; de Mervyn Peake

Gormenghast es la segunda parte de la triología de Gormenghast (compuesta por Titus Groan, Gormenghast y Titus solo), una triología de novelas góticas escritas entre 1946 y 1959 por el enorme Mervyn Peake, que además fué un gran dibujante y poeta . En mi opinión Gormenghast es absolutamente inseparable de Titus Groan. Forman parte de un mismo libro, y no se puede concebir el uno sin el otro, pues es como si, al final del segundo libro, se cerrase un círculo perfecto.

A diferencia del primer libro, en esta ocasión, llama la atención el gran elenco de personajes que Peake pone en escena. Algunos de ellos tremendamente excéntricos (más si cabe que los antiguos) y también sobresale el finísimo humor que invade la mayoría de las situaciones. Otro de los puntos fuertes es esa prosa lírica y penetrante, que ya mostraba Peake en el anterior libro: Todo rezuma poesía en ese castillo. Incluso las telarañas parecen bellas cuando las ilumina un solitario rayo de sol, o los aposentos abandonados y ocupados por ratoncitos están preñados de una magia increíble.

Los libros de Gormenghast requieren tiempo, como los grandes libros que forman parte de las cumbres de la literatura. Hace falta para recrearse en los paisajes: tanto interiores, como exteriores; para entender la evolución psicológica de los protagonistas; regocijarse en el finísimo humor del autor; en fín: paladear sin prisas la poesía que desprende el castillo. Porque Peake no se lo pone nada fácil al lector. Hay una barrera densa, lírica, abrumadora, que en mi opinión dispersa la posible lectura del libro como si fuese una comercial o noña película de Tim Burton. Pienso igual que una referecia que leí hace tiempo y que decía algo así "Como todas las cosas realmente bellas, Titus Groan pide al lector casi tanto como lo que dá".

La metáfora más evidente del libro, y de la triología en general, es quizás la búsqueda de la utópica libertad; ya no solo de Titus Groan, sino de todos los hombres. Tal como Titus en el libro, al crecer, nos vamos dando cuenta que estamos encarcelados sutilmente en una maraña inquebrantable de leyes y normas que, tanto de modo social, administrativo, y humano; nos impide movernos de forma natural por el ambiente. De esto se dá cuenta pronto un niño: está cercado por los miedos adultos a que le ocurra algo malo, está vallado por sus normas, normas que por otro lado a un niño le resultan estúpidas, pero que le ayudan poco a poco a socializarse. Nos impide desarrollar nuestra parte salvaje, esa parte de nosotros que reprimimos: esa parte que fuimos y que aún late en nuestros genes. En el libro viene representado por la Criatura. La evolución humana ha sido esa: construir su propia Gormenghast legislativa. Creo que en los libros de Peake se reflejan los arquetipos más importantes del alma humana: El deseo de libertad, la necesidad de amor y el anhelo de poder.

Jacques el fatalista; de Denis Diderot

Denis Diderot, el que fuera filósofo y pensador francés, además de figura de la ilustración, y aún más conocido como editor de la primera Enciclopedia; escribió la que tal vez sea la primera novela absolutamente moderna. Y lo hizo a finales del siglo XVIII. Leyéndola uno no da crédito, uno no puede llegar bien a comprender que fuese escrita hace mas de dos siglos.

El estilo desarrollado por el autor es realmente moderno, y uno piensa leyéndola que debió romper muchos esquemas en aquella época. Además de una magnífica fluidez, uno se maravilla por la frescura de sus frases. Mientras Diderot cuenta las andanzas de los dos personajes principales, Jacques y su amo, habla con el lector, reflexionando sobre el propio arte de escribir, sobre el propio pensamiento de sus personajes, sobre lo que piensa el propio lector de lo que está leyendo. El autor y el propio lector de la novela se convierten de este modo en dos personajes más de la historia. Y esto, señores, es impresionante.

En sí, en su primerísima capa, la historia trata de cómo Jacques, el sirviente del Amo, le cuenta a éste sus amoríos pasados. Lo que parece ser algo fácil y que debiera ocupar poco tiempo, se convierte en toda una carrera de obstáculos, pues mil cosas siempre ocurren para que la historia quede sin contar en todo momento. A través de los acontecimientos que les van acaeciendo a los dos personajes, Diderot, de manera sutil, y a veces forma bastante directa, hace, en una serie de subcapas en la trama, una dura crítica de la sociedad en la que vive, proponiendo situaciones de lo mas variopintas que nos llevan desde la reflexión mas profunda hasta la carcajada mas limpia.

El tío Silas; de Joseph S. Le Fanu


Pequeño diario de un lector lunático, presentado en ocho pequeños capítulos. El manuscrito fué encontrado en una tumba sin nombre, bajo un enorme ciprés que clamaba al cielo.

I. Le ha llegado el turno a este grueso libro de Joseph S. Le Fanu. Y como lo prometido es deuda (cerca de mi melancólico país) he aquí un oscuro y pulcro diario de lectura. He leído el primer capítulo. Y me ha sorprendido bastante la manera que tiene Le Fanu de introducirnos en la historia, y más aún que el libro esté escrito en primera persona, siendo una chica de diecisiete años la narradora. Y fascina, fascina. Porque esta fué una novela escrita por entregas, y el bueno de Joseph atrapa al lector desde el primer capítulo, sembrando semillas misteriosas que, sin duda, irán germinando poco a poco a lo largo de las amarillentas páginas de la novela: Ya se ha nombrado a algún que otro personaje misterioso, ha hecho su aparición una extraña secta Swedenborgiana y una oculta llave se esconde en un bolsillo. Esto realmente promete.

II. Seguiré comentándolo. A modo de manuscrito, y mojando en sangre de bruja la punta de una pluma arrancada al cuervo de Poe, tal y como en vida hacía con las historias que inventaba. Debéis excusarme por mi lentitud, tened en cuenta que soy asimétrico desde que me atropelló aquel coche de caballos. Y cada vez que un ojo apunta hacia un párrafo del libro, otro lo hace hacia el candelabro del techo, como buen fan de Fernando Trueba que soy. Ayer noche, antes de insertarme en mi acogedor ataúd forrado con piel de condesa Bathory, leí el delicioso segundo capítulo del libro. Le Fanu hace acercamientos sucesivos a la figura del misterioso Tío Silas. Aún todo son ambiguedades, pequeñas chispas de misterio para crear una gran expectación en torno a su persona. El ritmo es lento, lleno de pequeños y delicados detalles, que convierten la lectura de esta novela en un placer desmedido.

III. Aún no he comentado como conseguí este libro. Lo pedí por correo a una antigua librería madrileña. Vino un jinete una mañana de Octubre del año pasado, sorteó el sombrío barranco que forma el Jarama, y me hizo entrega de un pequeño paquete. Dentro estaba "El Tío Silas". Flamante, nuevo y sin abrir. He de decir que he estado a punto de perder la cabeza. Mejor dicho: He perdido la cabeza. La buena noticia es que la he encontrado de nuevo tanteando un poco el suelo. Ahora la llevo en una carretilla. Este pequeño incidente no ha impedido que continuase leyendo el libro, para nada. Ha sido cuestión de poner la cabeza en el ángulo adecuado. Los diálogos que utiliza Le Fanu dentro de la cabeza de la adolescente, son muy importantes. De hecho es como si la tuviésemos contínuamente al lado contándonos la historia. Me ha gustado mucho que, desde el punto de vista de la chica, Le Fanu vaya dando de forma gradual pequeñas pinceladas, mediante ensoñaciones o viajes espacio-temporales. Es decir, que la chica va recordando ciertos hechos de su vida impregnando a estas visiones la inocencia y la mirada de una chica de su edad.

IV. Oh, maldición. La novela es absorbente a más no poder. La portada, la portada aún no he hablado de la portada. Es una portada muy cruel para el lector. Porque nos retrata a quienes la miramos como a la misma muerte. ¿No es eso lo que ocurre cuando miramos una pupila? Nos vemos a nosotros mismos, reflejados. Realmente la institutriz es un bello renacer en mis recuerdos de aquella pérfida señorita Rottenmeyer, que hacía sufrir vilmente a Heidi en mi niñez, y cuya histérica risa era un contínuo rechinar de dientes en mis tiernos oídos. Es mala, mala de verdad. Rescato un pequeño párrafo del libro realmente maravilloso:
- ¡Ah, tú no eres tan bobita... tú lo sabes todo, eso desde luego! Vamos
dímelo. Eres una pequeña obstinada. Si no lo haces, te romperé el dedo meñique. Dímelo todo.
- No sé nada del testamento de papá. No sabe usted el daño que me está
haciendo, madame. Hablemos de otra cosa.
- Sí sabes, y tienes que decírmelo, petite dure-tête, o te romperé el meñique.

Dichas estas palabras, agarró el dedo y, riendo malévolamente, de pronto lo
torció hacia atrás. Lancé un chillido. Ella continuó riendo.

Además, se siguen echando al tapete muchos más secretos y extraños sucesos, que por supuesto, no contaré para no desvelaros nada. Pero que apuntan a la querida madame como una cruenta institutriz de oscuro pensamiento y más oscuro pasado.

V. He seguido con la magnífica lectura del libro de Le Fanu. He tenido ciertos problemas para sujetar su peso, dado que el otro día me dejé las manos en la mesilla de noche, y no les dí el tan necesario baño en formol. El tiempo pasa, incluso para nosotros, los muertos. Han ocurrido una serie de hechos inauditos. La madame es mas terrible de lo siquiera imaginable. Y el enfrentamiento con la prima de Maud, Mónica, es realmente espectacular. Pero más que por lo que explícitamente se cuenta, por lo que precisamente no se dice directamente. A estas alturas, uno puede darse perfectamente cuenta de lo bien definidos, psicológicamente hablando, que están los personajes de la historia, y de la importancia que esto tiene para la historia misma. Todos tienen una personalidad muy bien estructurada, con sus propias obsesiones y con sus características gestuales y físicas estupendamente descritas, lo que a fín de cuentas, dotan a la historia de un realismo fantástico. Y aún se siguen vertiendo más secretos a la trama de la novela, sin que apenas solo unos cuantos sean descifrados. La lectura me está pareciendo fabulosa, muy agradable, y sazonada con la peculiar y cargada prosa de nuestro tío favorito irlandés: Le Fanu. Y tengo ganas, a medida que voy avanzando, de leer ese pequeño relato suyo, en el que se basa para escribir esta novela, que apenas consta de unas páginas, y en el que condensa toda esta historia. Aunque eso lo haré después de leerme el libro, claro está.

VI. Ah, casi voy por la mitad del libro y ¿Queréis saber algo? Nuestro queridísimo tío Silas se hace de rogar. Le hemos visto en cuadros, hemos leído prosaicas cartas suyas, hemos oído hablar a la dulce prima Mónica sobre su persona, pero aún no, aún no se ha mostrado. Todos son informaciones contradictorias para la pobre Maud, heroína de la novela. Le Fanu mantiene bien este pulso con las páginas, haciendo que, en vez de hacerse una espera pesada, cada vez la historia vaya interesando más y más. A resaltar en mayúsculas la labor, impresionante, del traductor: Pablo Sorozábal. Que inunda el texto con sugestivas notas a pie de página indicando los paralelismos casi lineales, y que no son pocos, con varios párrafos de la Biblia, dado que a Le Fanu le gustaba poner algunos en boca de los protagonistas, insertándolos dentro de lo que son las conversaciones normales que se dan en la novela.

VII. Ya solo me quedan 90 páginas para acabar el libro. Lo terminaré hoy, si mis dedos no lo impiden. He abusado de su intercambiabilidad y ahora han quedado un poco inestables, cayéndose cada dos por tres cuando sujeto algo. El final de la historia depara ciertas revelaciones inquietantes, y poco a poco vamos descubriendo la verdadera personalidad del tío Silas, así como van encajando poco a poco algunas de las piezas del puzzle de la historia. La verdad es que el tramo final se me está haciendo un poquito largo, a pesar de que la atmósfera opresiva sigue manteniéndose inalterable, y la pobre Maud sigue sucumbiendo, una vez tras otra, en las pequeñas trampas que le va preparando el destino.

VIII. Se acabó. Al fín, después de algún que otro parón, he terminado el libro. El final es totalmente angustiante. Diría que la historia tiene una estructura con forma de embudo, siendo el tramo final donde se revelan gota a gota todos los secretos, y siendo este tramo el más oscuro y opresivo de todos.