Muchos son los que hablan de dicks mayores y menores, refiriéndose a sus obras buenas o malas. Pero creo que no, que no es esa la perspectiva que debe darse a su literatura. En mi opinión Dick era un mal escritor, así como suena. Creo que Dick no sabía escribir a la manera de un gigante literato. Pero que tenía talento y genio eso es algo incuestionable. Y eso puede verse en todas sus novelas, tuviese mayor o menos fortuna en su ejecución. Supo desarrollar una cantidad ingente de tramas y teorías con su propia impronta. Muchas de ellas estaban relacionadas con los trastornos que él mismo sufría: especialmente su posible adicción a las drogas y su experiencia psicótica. Ambas solían fundirse para dibujar ambientes siniestros donde la realidad quedaba erosionada, donde Dick se preguntaba una y otra vez qué era realmente real. La ilusión construída como ilusión perceptiva, por tanto nunca se podría partir de una única realidad objetiva. En la misma dirección tocó temas que también le afectaban: La política, los abusos de poder, la búsqueda filosófica, y también reflexionó sobre la religión y dios, especialmente hacia el final de su vida.
sábado, 24 de noviembre de 2007
Laberinto de muerte; de Philip K. Dick
Muchos son los que hablan de dicks mayores y menores, refiriéndose a sus obras buenas o malas. Pero creo que no, que no es esa la perspectiva que debe darse a su literatura. En mi opinión Dick era un mal escritor, así como suena. Creo que Dick no sabía escribir a la manera de un gigante literato. Pero que tenía talento y genio eso es algo incuestionable. Y eso puede verse en todas sus novelas, tuviese mayor o menos fortuna en su ejecución. Supo desarrollar una cantidad ingente de tramas y teorías con su propia impronta. Muchas de ellas estaban relacionadas con los trastornos que él mismo sufría: especialmente su posible adicción a las drogas y su experiencia psicótica. Ambas solían fundirse para dibujar ambientes siniestros donde la realidad quedaba erosionada, donde Dick se preguntaba una y otra vez qué era realmente real. La ilusión construída como ilusión perceptiva, por tanto nunca se podría partir de una única realidad objetiva. En la misma dirección tocó temas que también le afectaban: La política, los abusos de poder, la búsqueda filosófica, y también reflexionó sobre la religión y dios, especialmente hacia el final de su vida.
El libro negro; de Lawrence Durrell
Un dulce olor a muerte; de Guillermo Arriaga
Eleutheria; de Samuel Beckett
viernes, 23 de noviembre de 2007
Mi idea de la diversión; de Will Self
martes, 20 de noviembre de 2007
El retrato de Dorian Gray; de Oscar Wilde
El texto está plagado de epigramas, es decir composiciones poéticas breves, que expresan de forma ingeniosa un pensamiento satírico o humorístico (ó) pensamiento satírico o burlesco expresado de manera breve e ingeniosa. Y el prefacio está saturado de epigramas relacionados con el arte y el artista: "el artista es el creador de las cosas bellas" ó "el pensamiento y el lenguaje son para el artista instrumentos del arte" ó "el vicio y la virtud son para el artista material para el arte" ó "todo arte es completamente inútil". Ya desde un primer momento la escritura de Wilde es mordaz y satírica, a la vez que finísima y provocadora en sus reflexiones sobre la moral o la iglesia.
Además, la novela está plagada de dilemas filosóficos, que a veces pueden ser tomados por sutiles bramidos cómicos, pero que encierran paradigmas necesarios, núcleos que hay que destripar en el discurso normal: ejemplo: el egotismo, el envuelto dorian gray en su capa de yoes narcisistas y cómo el peso su nublada moral, a veces romántica y enseguida indiferente, se imprime en un retrato suyo (espejo simbólico donde se observa la conciencia). También habría que hablar de ese espectro relatado entrelíneas (por ahora) referido a la concepción del arte como algo aún más importante que la vida verdadera: ejemplo: La tierna y malograda Sibyl, actriz de segunda categoría que creía en todo y que, apartir de su tórrido romance con Dorian, es incapaz de actuar porque ha sido por primera vez consciente de la verdadera realidad, y es ahora incapaz de moverse en lo que ella concibe como vacío espectáculo.
Leyéndolo uno puede hacerse una idea aproximada del porqué fué encarcelado su autor (teniendo en cuenta un contexto en el que la homosexualidad estaba penada por la ley) y yo supongo que sería por esos primeros capítulos donde se establece un trío: Basil, Henry y Dorian, en donde los dos primeros adoran al último por su belleza, y el último queda embelesado del segundo por su filosofía de vida. Las conversaciones están plagadas de diálogos excesivamente amistosos que, según leídos, pueden confundirse en una especie de sensualismo.
Pero creo que hay cosas más importantes que aquellas en las que se fijaron las leyes coetáneas a Wilde. En el discurso se disecciona de una forma hábil y magnífica el narcisismo y la vanidad, así como la sociedad inglesa victoriana y todos sus juegos de clubs y fiestas superficiales. El moralismo fundamental que se respira en El retrato de Dorian Gray se me parece al de Fausto, aunque tal vez debería decirlo al revés. Si lo pienso, también se me parece a El corazón delator de Poe. Hay en ellos similitudes básicas: el Henry de Wilde, es el demonio tentador que empuja a una vida de excesos y tentaciones. Mediante un deseo y una resolución fantástica, Dorian logra la eterna juventud, trasladando todo el peso de la vejez y la carga de la conciencia al cuadro que tantas similitudes con él tienen. En cierto sentido vende su alma al cuadro para obtener la belleza prolongada en el tiempo de unas pinceladas de pintura al óleo. Pero es precisamente eso, la belleza, lo que termina por odiar de sí mismo al final. También, Dorian (y es esto lo que permite su destrucción) puede escuchar hacia el final de la novela los latidos de su propia vanidad, y es precisamente ese el detonante que hace que Dorian clave el cuchillo en su propio retrato y muestre así, al mundo, su propio secreto.
El ser vanidoso y narcisista, animal de la pulsión y el desenfreno... ¿Acaso no estamos siendo empujados hacia esa dirección? Me refiero a todos, a todo el mundo: Una nueva filosofía moderna retratada por la sucesión de placeres inmediatos, cada vez más inmediatos. Creo que todos tenemos un espejo interior, algo menos definido que el de Dorian Gray, pero un cuadro donde nos miramos, donde baremamos nuestros actos, donde nos juzgamos la moral. Todos lo escondemos, con mejor o menor fortuna, ante los demás. Como Dorian Gray, todos tenemos un desván donde lo escondemos, y donde de vez en cuando vamos a mirarnos con algo de miedo.
Según he leído, El retrato de Dorian Gray, es considerada como una de las mejores novelas escritas en lengua inglesa, es por eso que no entiendo que la edición que tengo yo, la de Valdemar, del Club Diógenes, esté tan plagada de erratas en su ¡Cuarta edición!.
Justine; de Lawrence Durrell
La rueda de las lecturas fué girando y girando hasta posarse en Durrell, Lawrence, no Gerald. Pues Gerald, su hermano, fué también un gran escritor, y ambos escribieron bien, al menos eso dicen. Pero ambos supieron, o quisieron, dar una dirección muy diferente a sus obras. Por lo pronto, Lawrence, renegó de Inglaterra. Nada quería saber el cosmopolita del que fuera país de su familia. Su obra más importante es el llamado "Cuarteto de Alejandría", compuesto por Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, escritos entre 1957 y 1960.
Afronté la tarea de leer el Cuarteto de Alejandría con miedo en los párpados. Ardua la tarea, por vasta, muy vasta la obra. Temor alentado, claro, por la magna extensión de cuatro, uno, dos, tres y cuatro, libros. Todo comienza en Justine. Aunque el mismísimo autor ha explicado varias veces que las novelas pueden ser leídas como entidades individuales.
Comenzar a leer Justine supone haber encontrado un hogar agradable en el desierto. Leyéndolo uno se adentra en un espacio de arena y casas de arcilla donde el amor lo ensucia todo. Sí, como suena: lo ensucia. Porque el amor visceral, sin florituras, es el vómito inverso del mundo. Para ejemplo, dice un personaje: Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrir, o hacer literatura.
Porque, oh improbables lectores, ésta es una obra (el Cuarteto) absolutamente dedicada al amor. No al amor romántico, que también, sino al amor que da dentelladas furiosas. Porque, amigos y enemigos, cuando se destapa lo que hay por debajo de la superficie carnosa de las personas, eso que tan pocos muestran, nos encontramos algo que no suele ser agradable, algo que dista mucho de la concepción que suele exhibirse del amor. Ese algo está manchado del animal interior del que venimos, sin máscaras. Justo de eso habla Durrell, de lo que las palabras difícilmente suelen transmitir: Una vida subterránea, las riendas del latido verdadero.
La obra también versa sobre Alejandría ¡Alejandría! Ciudad del norte de Egipto, que reposa en el delta que hace el Nilo y al lado del lago Mareotis. Ese Mediterráneo es aguijoneado por el sol, sol que está contínuamente presente; y, como no podía ser de otra manera, el texto se ve salpicado por la poesía de Cavafis, el viejo, o el poeta de la ciudad: La ciudad es una jaula./No hay otro lugar, siempre es el mismo/puerto terreno, y no hay barco/que te arranque de ti mismo.!Ah! No comprendes/que al arruinar la vida entera en ese sitio, la has malogrado/en cualquier parte de este mundo?
A pesar de todo leer Justine no es fácil. Todo lo contrario: Uno doblega la concentración para captar todos los doblesemblantes de la prosa poética de éste hombre. Y eso, lo que queda tras el esfuerzo, es tan grande que no importa demasiado. No chirría comparar su prosa con Proust o Faulkner. Tal vez por eso Justine palpita con un corazón que amaga arritmias: Lento, como maduran los buenos vinos (o eso dicen). Por eso es bueno beberlo a sorbitos.
Cada personaje dibujado se incrusta con rabia en la memoria precipitada. Y es un incesante fluir de personajes hechizantes: Clea, Scobie, Arnauti, Pursewarden... y claro Balthazar. Pero si hay un personaje por excelencia en el libro, ese es Justine, esa mujer terrible, oscura y triste, que siempre existió en la literatura. Como símbolo de lo desgarrador y visceral que puede llegar a ser el amor o la concepción del amor.
Del narrador, que nos acompaña durante toda la travesía, no sabemos más que estuvo enamorado hasta la médula de Justine, y que ahora vive en una isla rememorando aquellos días pasados de Alejandría. No sabemos ni su nombre. Ni siquiera estamos seguros que todo aquello que cuenta esté ordenado de forma temporal. Esa es la razón de que existan tres libros más. Según Durrell (o en palabras de Pursewarden, que parece ser el mismo Durrell) éstos son una serie de novelas en n-dimensiones, es decir: La historia no transcurre de a hacia b, sino que pasado y presente se mezclan, y la forma de éstas se basa en el principio de la relatividad: Tres lados de espacio y uno de tiempo (algo parecido a lo que hizo Kurosawa con Rashomon) siendo ésta su estructura, el tema principal es el estudio, casi viviseccional, del amor.
"¿qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas?"
o
"¿acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?"
Justine acaba como un coito. Mezcla de relax y excitación, y tal vez un poco de sueño tras la lectura. Podría disertar infinitamente sobre lo que me parece éste libro: Todo serían palabras grandes, evocaría todos los párrafos inquietantes (desestabilizadores muchos y tal vez explicativos) y todas las sensaciones que gesta y, aún así, quedaría en mí esa indescriptible sensación de no haber podido asir con las palabras todo lo que ha significado. Leer Justine, tal vez, sea plantar semillas bajo la psique, granitos germinantes que se van agitando y desperazándose poco a poco, en un amanecer lento.
jueves, 15 de noviembre de 2007
Una soledad demasiado ruidosa; Brohumil Hrabal
El héroe del que habla Hrabal en ésta novela es "un hombre corriente que lleva sobre sus hombros el peso de la realidad". Un hombre que, por otro lado, no deja de parecerse al autor. Por eso comentaría que "allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios". Es por eso que yo me imagino a Hanta, el héroe; algo calvo, de ojos huidizos y algo achaparrado. Ciertamente ésta imagen está un poco infectada por los prejuicios que me trae la única fotografía que he visto de Hrabal: en la contracubierta de un libro. Y es que, conociendo cómo murió Hrabal –resbaló de la ventana, desde del quinto piso del hospital en el que estaba, en su intento por dar de comer a las palomas-, no cuesta hacer un símil entre él y el protagonista de su novela: Los dos mueren por un ideal fantástico que les está grabado en la sangre, y sin los cuales no pueden vivir. Uno mira fuera del hospital, y el otro mira a su pequeña y antigua máquina de prensar papel con la que lleva trabajando desde hace treinta y cinco años. Hanta crea un espacio, un subsuelo, poblado por ratoncillos, gitanillas, muchos libros de los que se va encontrando, y la enorme soledad que el destino ha ido inculcándole. El amor por su quehacer diario se transforma en una religión: hacer balas de papel prensado, que él crea con un mimo y un cariño sobrenaturales. En éste destino, lo acompañan todos esos libros que ha ido encontrándose entre la basura que ha de prensar, y todas las lecturas que hace de esos libros quedan reflejadas en su forma de mirar hacia su propio mundo. Así, Hanta es el único que sabe que “en el corazón de cada paquete descansa, abierto un libro” en cada bala un libro: Lao-Tse, Jesucristo, Nietzsche, Hegel, Goethe, Schiller, "y yo soy al mismo tiempo el artista y el único espectador”.
Es éste un libro terrible, de una belleza indescriptible, que evoca un sentir profundo y un universo limpio, similar, tal vez, a ese silencio brutal que a veces llena de vacío nuestras noches.
Sexus; de Henry Miller
Sexus (1949), es la primera novela de tres que conformarían la denominada triología de la Crucifixión Rosada, y en ella, encontramos lo mejor y lo peor de Miller. Lo mejor, por esa garra biográfica de la que hizo gala en toda su obra, su vitalismo exacerbado, su salvaje impulso hacia la vida, y del que éste libro es buen ejemplo, por sus numerosos pasajes brutales. El sexo aparece a borbotones y explicitado de muy diversas formas: desde lo farragoso, salvaje y obsceno, a lo lírico y sensual. Otro de los puntos fuertes de ésta obra son las lúcidas reflexiones que hace Miller sobre el acto de convertirse en escritor, el desligarse de las ataduras sociales y personales, el hablar sobre los autores que le construyeron: Dostoyevski, Whitman, Hamsun... Algunas de estas notas biográficas son impresionantes, totalmente poéticas, y algunas de las disecciones intelectuales, en las que se embarca tejiendo larguísimos párrafos, son sencillamente brillantes (como ejemplo el capítulo 14, donde hace una comparación genial entre la terapia psicológica y el camino de la vida taoísta, y cómo todo ello lleva a la realización personal). He de citar una de éstas frases:
Todos somos culpables de un crimen, del gran crimen de novivir la vida al máximo, pero todos somos libres en potencia. Podemos dejar de pensar en lo que no hemos hecho y hacer lo que esté en nuestro poder. Nadie se ha atrevido a imaginar de verdad qué pueden ser esos poderes que hay dentro de nosotros. Que son infinitos lo comprenderemos el día en que reconozcamos ante nosotros mismos que la imaginación lo es todo. La imaginación es la voz de los atrevidos. Si hay algo divino en dios, es eso. Se atrevió a imaginarlo todo.
La otra cara de la moneda son algunas de esas farragosas disquisiciones en las que, frecuentemente, Miller se pierde totalmente, dispersándose de una manera tristísima, y haciéndose ciertamente aburrido. La imagen que me viene a la cabeza es la de una bolsa de canicas que cayera al suelo y saliesen todas las ideas despedidas en todas las direcciones.
Aprendizaje o el libro de los placeres; de Clarice Lispector
Tal vez lo retomé porque había encontrado la serenidad necesaria para poder terminármelo.
El libro comienza con éste texto arrebatador:
Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla. Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente. Yo soy más fuerte que yo.
Lispector es desnudez. Lo vuelve a ser en éste libro, e intuyo que lo es cualquiera de las novelas y cuentos que escribió. La reflexión que, durante las ciento cuarenta páginas, somete a examen la autora es prácticamente inabarcable: La exacta traducción del sentir en la palabra, y en especial del sentir femenino. Se enfrenta así la autora en determinar los límites de la palabra y el lenguaje. Asistimos a la necesidad de una mujer por responder a las preguntas que sus propios sentimientos, a través del vivir el día a día, le proponen en su afrenta con su propia vida y con los que la rodean. Especialmente esas preguntas están relacionadas con el amor -más específicamente en la entrega y la libertad-, en el vivir individual enfrentado con el vivir social, en la experiencia compartida, en lo grande que puede ser lo más pequeño, en la paciencia y el deseo. El mundo de Lispector es enorme, y uno a veces, leyéndolo, cree estar perdiéndose en una jungla subjetiva vastísima, como si la autora se mirase en un espejo impúdico que le permitiese poder mirar hasta el más mínimo detalle de sí misma, ese reflejo que se ha empeñado en analizar. La trama de la novela es prácticamente inexistente, lo que realmente importa es el monólogo interior: el stritease del que somos copartícipes.
La nota negativa de éste libro es precisamente su virtud más importante: Hiere. Y es un desafío nada fácil introducirse y dejarse rebosar por él.
martes, 13 de noviembre de 2007
Confesiones de un inglés comedor de opio; de Thomas De Quincey
Malpertuis; de Jean Ray
Nova; de Samuel R. Delany
lunes, 12 de noviembre de 2007
La lechuza ciega; de Sadeq Hedayat
Corazones perdidos; de M.R. James
Los elixires del diablo; de E.T.A. Hoffmann
La diferencia estriba, en el caso de "Los elixires del diablo" (1815), en que Medardo (así es llamado el monje) bebe un extraño elixir, con el que el Demonio tentó a San Antonio, que además de dotarle de una claridad oratoria, hace que poco a poco su conciencia sea escindida: convirtiéndose su vida, desde entonces, en una sucesión de crímenes impíos a los que el monje se ve empujado por una fuerza irresistible, tal vez también por la consideración de una especie de "transmisión hereditaria de la criminalidad". Fruto de ésta escisión, entra en escena un doble (doppelgänger), un reflejo del propio Medardo que no es ni más ni menos que el propio desequilibrio de la conciencia. Esto podría interpretarse de muchas maneras, pero acaso la más interesante podría ser el de la esquizofrenia, lo cual dá mayor riqueza al texto, pues: Puede considerarse tanto en un plano religioso: mal de conciencia por haber pecado; como en un plano médico: escisión de la identidad, lo cual significaría un trastorno psicológico. Podría hacerse una rica comparación entre éste texto y el de El doble (1846) de Dostoyevski. En ambos, los protagonistas, proyectan sus miedos en la figura del doppelgänger, apareciendo de ésta manera en ese doble el concepto de lo siniestro: Lo conocido, de repente, se convierte en algo ajeno y desconocido.
Uno de los grandes problemas que le encuentro al libro, es el de su verborrea. Hoffmann hace hablar a sus personajes en eternas frases que parecen no tener ningún sentido. Un personaje puede empezar hablando de una cosa y terminar hablando de una bien distinta, lo cual hace que los interminables párrafos terminen haciéndose un tanto aburridos. Aún así, éste libro, es altamente recomendable, plagado de reflexiones morales que reflejan la eterna lucha entre Dios y el diablo, el bien y el mal, la culpa y la conciencia
El aleph; de Jorge Luis Borges
De lo segundo que uno se da cuenta es de la profunda ignorancia de quien lo lee (hablo por mí, claro), pues enfrentarse a unos textos Borgianos, implica ser consciente de las propias lagunas de conocimiento y literatura universal. Esto puede llegar a ser muy frustrante, y refugiarse en frases como "pedante" para designar éste libro, o para tildar incluso a Borges.
Mi opinión sobre sus cuentos es una mezcla de estas dos enumeraciones. En primer lugar me parecen unos cuentos increíbles, con una imaginación y un ingenio para desenvolverse espeluznante. Cuentos como: "Emma Zunz", "La casa de Asterión", "El inmortal" o "Abenjacán el bojarí" me han dejado una impresión buenísima. En segundo lugar hay otros de los cuentos en los que sé que no he sido capaz de dar con el significado completo, asir lo íntegro de ellos, sino que me he dejado llevar por una muralla de datos, palabras y nombres extraños. Los cuales, aún fascinándome a fragmentos, no me han logrado calar.
En todos ellos se observa una búsqueda del Todo: puede presentirse el Ying Yang, el imposible surco que divide al bien y al mal, lo simbólico en los laberintos, las infinitas búsquedas, las obsesiones...
El desierto de los tártaros; de Dino Buzzati
Hace un tiempo ví en una librería una nueva edición recién publicada de "El desierto de los Tártaros" por la estupenda editorial Gadir. Tenía un pequeño prólogo de Borges, que como es obvio tuve la imperante necesidad de leerme, en el que el argentino expresaba su tremenda admiración por ésta obra y por Buzzati: "En sus páginas retrotrae la novela a la epopeya, que fué su manantial: el desierto es real y simbólico, está vacío y el héroe espera muchedumbres".
Escrita en 1940, la narración contenida en "El desierto de los tártaros" es profunda, a veces onírica, en otros momentos el autor se vuelve seco y duro; pero en esencia la novela es muy gótica, eso sí: cambia aquellos castillos medievales de Walpole y Radcliffe por una arquitectura diferente: La fortaleza Bastiani. Ésta, en una zona limítrofe norte de un país imaginario, da a un desierto: El desierto de los Tártaros. Allí, en aquel lugar inhóspito al que nadie quiere ir, va destinado Giovanni Drogo, el triste protagonista, un joven, que en la flor de la vida, aspira a realizar grandes hazañas y conseguir los más altos honores.
"El dolor es la verdadera mentira del mundo, la verdadera vergüenza del mundo" dijo Buzzati. Y en ese pequeño o gran espacio es donde se articula la novela. Una mirada que destila angustia y terror, expresada en la espera, donde lo ambigüo (ese desierto), debe responder a la pregunta de nuestra existencia. La fortaleza, y el propio desierto, funcionan góticamente a modo de espejo para los personajes, como un símil modernizado del ambiente en las novelas de Radcliffe o Lewis, donde Drogo descubre sus sueños y pero también sus miedos. La novela, de ésta forma, está preñada de infinidad de simbolismos, de metáforas, que además, en algunas partes del libro, funcionan como un espejo para el propio lector. Lo cual, en mi caso, ha sido un poco duro. Pero... ¡Qué fantástico encontrar un libro así! Tan cargado de silencios, y que invita constantemente a proyectar los fantasmas propios. Y qué bonito también que fuera un desierto el paraje elegido por Buzzati: un lugar donde los "espejismos" nacen de uno mismo. Un lugar ambiguo, y a la vez vacío, donde poner los sueños o las pesadillas.
Existe una película con el mísmo título, rodada por Valerio Zurlini, que representa ésta novela en el misterioso desierto iraní de Lot, y más concretamente en el castillo de la ciudadela de Bam. Ésta se hace interesante por su excelente ambiente, pero cojea en el sentido simbólico que sí tiene la novela. Lo cual, a mi modo de ver, es precisamente lo más importante.
El castillo de Otranto; de Horace Walpole
Éste tipo de literatura germinó en una época (1764) donde dominaba el espíritu de la Ilustración, el cual ensalzaba la razón y el conocimiento verdadero, y denostaba los prejuicios, los miedos y las supersticiones. En éste marco creció una corriente totalmente opuesta, es decir, sensacionalista e incluso melodramática. En ella se apoya la literatura gótica clásica: En una reacción contra el pensamiento dominante de la Ilustración, fundamentado en una expresión emocional, estética y filosófica precisamente contraria. Romper ese dominio de la pasión y aquellas normas, en las que estaba enclaustrada la fantasía de aquella Edad de la razón, se convirtió en un acto de liberación. Y durante seis décadas, desde 1765 hasta 1820, la literatura gótica sació esa sed: sus máximos exponentes serían, además de El castillo de Otranto, Los misterios de Udolfo, de Ann Radcliffe; El Monje, de Lewis; y Melmoth el errabundo, de Maturin.
En el Castillo de Otranto, bajo el marco de un castillo medieval, Walpole crea un argumento simple, que hoy en día puede parecer muy inocente: Especulación palaciega, misterios sobrenaturales (la aparición de ese yelmo gigante aún me conmueve), pasajes plagados de desdichas y muertes, viles persecuciones de muchachitas (por esos pasadizos oscuros y derruídos), apariciones espectrales, misteriosos ruidos, y sobre todo la expresión por parte de los personajes de emociones exacerbadas (a la manera del romanticismo).
Hoy en día leer ésta novela puede parecer hasta jocoso, pues algunas de las escenas ciertamente rayan lo absurdo. Pero, contextualizando su importancia dentro de la época en la que apareció, uno no puede dejar de maravillarse ante éste revulsivo construído bajo una historia de mentiras, pasiones y muerte. No es más que la pura liberación expresiva y emocional que, tomando por bandera la fantasía, es capaz de crear gran puerta a la imaginación y al miedo.
El judas de Leonardo; de Leo Perutz
En el libro Perutz representa la época milanesa de Leonardo, cuando lentamente pintaba el mural de "La última cena", al parecer tuvo problemas para encontrar un rostro que representase la esencia de Judas Iscariote. Y es de esto de lo que trata el libro. Perutz se hace con la esencia de de ese Judas que busca Leonardo y crea a Joachim Behaim en la ficción, ese que al final pasaría a la historia como Judas por posar como tal. La historia retrata fielmente la época, al parecer Perutz tardó mucho en completar el libro (el último que escribiría) y se documentó muchísimo (lo cual se nota, pues por la narración pasan famosas personalidades de la época como: Ludovico Maria Sforza el Moro, Marco d'Oggiono, el poeta Villion...). Además, en el libro se hacen reflexiones profundas sobre el amor y el dinero, y sobre dos concepciones muy distintas en el arte: la de Leonardo (un arte lento, meditador, observador y racionalista) y la de Villon (un arte que surge del estómago, intuitivo, veloz y espontáneo).
El libro se me ha hecho muy ameno, me parece una lectura que pretende, no solo rendir homenaje al autor de la Gioconda, sino presentárnosla de una manera lo más realista posible, parafraseando frases suyas, repitiendo pensamientos expresados en sus escritos, y en esencia haciendo un retrato psicológico creible de este inmortal autor, dibujando, através de la metáfora que alberga el libro sobre el amor, los perfiles de su pensamiento y convicciones más íntimas.
Qué grato se me hace leer a este Perutz, así da gusto.
domingo, 11 de noviembre de 2007
El Barón Bagge; de Alexander Lernet-Holenia
Es maravilloso cómo una novela corta puede contener tantísimo sentimiento dentro. Ésta es una historia de amor poco convencional, un amor cuyos brazos van más allá de la vida y la muerte, una desgarradora historia a caballo (nunca mejor dicho) entre lo onírico y lo real, que logra apasionar desde la primera página hasta la última. En ella se relatan los pormenores que corre en los Cárpatos un destacamento de caballería austro-húngaro liderado por un oficial enloquecido. El clima realista y sosegado del principio de la narración se va tornando cada vez más fantástico y extraño. Y las cosas no son en realidad lo que parecen tras una sangrienta batalla. A partir de entonces la vida cambia para todos.
Bartleby, el escribiente; de Herman Melville
Gormenghast; de Mervyn Peake
Jacques el fatalista; de Denis Diderot
El estilo desarrollado por el autor es realmente moderno, y uno piensa leyéndola que debió romper muchos esquemas en aquella época. Además de una magnífica fluidez, uno se maravilla por la frescura de sus frases. Mientras Diderot cuenta las andanzas de los dos personajes principales, Jacques y su amo, habla con el lector, reflexionando sobre el propio arte de escribir, sobre el propio pensamiento de sus personajes, sobre lo que piensa el propio lector de lo que está leyendo. El autor y el propio lector de la novela se convierten de este modo en dos personajes más de la historia. Y esto, señores, es impresionante.
El tío Silas; de Joseph S. Le Fanu
- ¡Ah, tú no eres tan bobita... tú lo sabes todo, eso desde luego! Vamos
dímelo. Eres una pequeña obstinada. Si no lo haces, te romperé el dedo meñique. Dímelo todo.
- No sé nada del testamento de papá. No sabe usted el daño que me está
haciendo, madame. Hablemos de otra cosa.
- Sí sabes, y tienes que decírmelo, petite dure-tête, o te romperé el meñique.
Dichas estas palabras, agarró el dedo y, riendo malévolamente, de pronto lo
torció hacia atrás. Lancé un chillido. Ella continuó riendo.
Además, se siguen echando al tapete muchos más secretos y extraños sucesos, que por supuesto, no contaré para no desvelaros nada. Pero que apuntan a la querida madame como una cruenta institutriz de oscuro pensamiento y más oscuro pasado.