viernes, 28 de noviembre de 2008

Cuentos de terror; de Guy de Maupassant




Guy de Maupassant
(1850-1893) es recordado como uno de los más grandes escritores de cuentos, y de ellos los más recordados son aquellos que exploraron el terror y la locura. Inspirado por su amigo y mentor Gustave Flaubert, decidió dedicarse a la literatura. Aunque sólo llegaría a publicar cinco novelas (destacaron Bel Ami -1885- y Una vida -1883-) sería con los más de trescientos relatos que llegaría a escribir con los que se ganaría la fama.

“Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad”

Maupassant
corrió por el filo de una navaja demasiado afilada y terminó cortándose con la locura. Sus últimos años quedaron preñados de obsesiones que, de cierta manera, le permitieron el punto de vista de lo extraño, del otro lado de la razón. Mientras se volvía loco él iba proyectando en sus relatos, mediante la observación propia, la acción crónica y lenta pero inexorable de lo "horrible" acercándose hacia él.

He podido leer recientemente dos volúmenes recopilatorios de cuentos publicados en castellano: La madre de los monstruos y otros cuentos de locura y muerte; y El Horla y otros cuentos de crueldad y delirio (estos comprenden relatos, en su mayoría, de 1881 hasta 1887); y en ellos encontramos la observación acongojada del autor por sus propias sensaciones y reflexiones sobre la muerte, el delirio y la locura, el desdoblamiento, la frustración por el amor inalcanzable, el fetichismo... un camino que le lleva en 1892 al intento de suicidio y a su internamiento en la clínica del Doctor Blanche, para morir sólo un año más tarde. Estos cuentos están escritos de una manera rápida, nerviosa y ágil, repletos de exclamaciones y preguntas, como buscando desesperadamente un oído, una respuesta a sus interrogantes y miedos. En muchos de ellos utiliza un estilo cuasi-periodístico, utilizando noticias recientes para realizar reflexiones sobre la culpabilidad o la locura, o los propios avances médicos de la época sobre el sistema nervioso para explicar las sensaciones extrasensoriales o sobrenaturales (Como los estudios de Charcot). Y en otros es el mismo autor el que se viste con la subjetividad del personaje, y relata desde la mismísima locura y terror la historia.

De entre los que he leído destacaría: El Horla (con multitud de simbolismos hacia lo "invisible" y tal vez su cuento más conocido), La mano (relato sobrenatural sobre la mano de un muerto, y que hace referencia a una mano disecada que el propio Maupassant conservaba), El miedo (que explora precisamente el significado del miedo de forma eficacísima), La madre de los monstruos (relato sobre la terrible aberración de la que una madre era responsable), o La cabellera (relato sublime sobre obsesión y enfermizo fetichismo).

lunes, 17 de noviembre de 2008

Moby Dick; de Herman Melville

Moby Dick siempre había estado ahí, esperando. No había momento oportuno para comenzar su lectura. El libro iba acumulando polvo y meses sobre sus lomos. Llosef ya me había recomendado su lectura inmediata, y me había insistido y puesto en alerta sobre la urgencia de reparar ese error contínuo que suponía la no lectura de este clásico. Pues bien fué, durante Abril de éste año cuando, medio en broma medio en serio, Llosef me propuso lo siguiente: "Si te empiezas a leer Moby Dick yo me leo la triología de Gormenghast". Y así fué.

El barbudo de Herman Melville, afamado por las cachalóticas proporciones de su barba, nació en Nueva York, y fué gran amigo del escritor Nathaniel Hawthorne (figura clave en los orígenes de la literatura estadounidense). Las primeras novelas de Melville recogieron su experiencia en viajes alrededor del mundo como marino (Typee, Mardi...), y tras ellas comenzaría a decantarse por un estilo más filosófico o metafísico: Moby Dick (1851), o Pierre o las ambigüedades (1852), que no tuvieron mucha aceptación en su época. También escribió cuentos importantes como el impresionante Bartebly el escribiente o Benito Cereno (ambos publicados en 1856).

Situémonos. Un año antes de la publicación de Moby Dick (1851), Hawthorne publicó la simbólica y alegórica "La letra escarlata" y en Inglaterra Charles Dickens su semi-autobiográfica "David Copperfield". En esa misma década se publicaron clásicos como "La cabaña del tío Tom" (1852) de Harriet Beecher Stowe, "Madame Bovary" (1857) de Flaubert o "La mujer de blanco" (1860) de Wilkie Collins. Ante todo, Moby Dick, es una de las obras más ambiciosas jamás escritas. Y como consecuencia de ello, a mi modo de ver, su lectura es una experiencia totalmente agotadora. No es sólo una novela, pues una novela cuenta una historia del tipo: presentación, nudo y desenlace; y aunque en la novela también aparezca una trama con forma de tríada, considerar Moby Dick como sólo una historia sería quedarnos a las puertas de una enorme mansión llena de habitaciones. Através de la estructura de la narración, Melville nos hace partícipes de su propia obsesión: escribir una obra absoluta, monográfica y rigurosísima sobre la caza de la ballena. Para ello comienza con una extensa colección de citas que hacen referencia a ese gran cetáceo: desde la Biblia, pasando por, Plutarco, El paraíso Perdido, o Shakespeare, hasta manuales y diarios de marineros.

La obra se inicia presentando al narrador: "Llamadme Ismael" y através de 135 capítulos y un epílogo, se nos sumerge primero en Nantucket (La tierra lejana), isla de Massachusetts, y desde allí en el Pequod, el barco ballenero. El viaje o búsqueda que se realiza por parte de su capitán Ahab, no es una búsqueda cualquiera: su significado tiene que ver más con el orgullo y la venganza (el hybris griego que destruye la armonía), con la monomanía, el solipsismo, con el grado de obsesión, su único sentido de vida es dar caza a la gigantesca ballena albina que le arrebatase la pierna tiempo ha. El simbolismo de este planteamiento tiene muchas vertientes: Ahab, nombre bíblico de un rey malvado y enemigo de los profetas, comienza una búsqueda cuyo objeto inspira tanto admiración como terror. La rara blancura de la ballena, que implica pureza, pero también anormalidad, extrañeza, y espanto, implica algo tanto divino como demoníaco. Puede tener implicaciones de una búsqueda mucho más allá que la puramente material: la búsqueda mística del Dios cristiano. Como a la ballena, a la que todos temen, Dios inspira tanto terror como amor. Además, el Pequod se convierte en una especie de arca de Noé, que lleva en su seno la más rica colección de razas del mundo entero. Es pués Ahab, el maquiavélico rey, el que lleva a la humanidad hacia el desastre de retar al mismísimo Dios. Y como dijera Esquilo en "Los Persas": Pues al florecer hybris el fruto es la ceguera, cuya cosecha es rica en lágrimas (...) Zeus castiga con la venganza a la soberbia excesiva y exige cuentas extrictas. De éste modo la venganza de Ahab se convierte en algo mucho mayor que un simple nivel personal: se va tildando de lo universal.

Melville, con un pulso lento y firme, con una prosa poética deliciosa, va dibujando la médula de Moby Dick. Y mientras lo hace, nos va explicando las vicisitudes del marinero ballenero, y va intrincando una especie de ensayo sobre la ballena y su pesca: su fisionomía, los tipos de ballenas que se conocen, su clasificación, el envasado de su aceite; que se va convirtiendo, con el paso de las páginas, en una apología hacia el trabajo bien hecho. Todo ello sazonado con referencias multitudinarias hacia los libros de la Biblia y guiños hacia Shakespeare. Precisamente fué esta parte la que más dura se me hizo, pues parecíanse a las páginas arrancadas de una enciclopedia antigüa, que, a mi modo de ver, rompían la fluidez de la historia. Aún así, tras la lectura completa, precisamente esas páginas dan una visión del libro mucho más orgánica y precisa, dándole una robustez tremenda, y tal vez aún más sentido a la obra.

Otras referencias anteriores a Herman Melville:
- Bartebly, el escribiente.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El gran Gatsby; de Francis Scott Fitzgerald

Hubo un momento en el tiempo, un lugar dentro de la literatura norteamericana del siglo XX, que se denominó así misma como generación perdida (Lost Generation) o generación del fuego (Génération du Feu) o simplemente "generación de 1914". Influída por varios acontecimientos de la historia: La Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, la época del exceso y el materialismo americano (que tuvo como consecuencia La Gran Depresión tras el crack de 1929), y la Ley Seca de 1919. Estos tres grandes acontecimientos suelen ser recogidos, de alguna u otra manera, en las grandes obras literarias de ésta "generación". Los cinco máximos representantes americanos de esta época fueron: Faulkner, Hemingway, Dos Passos, Steinbeck y Fitzgerald.

El Gran Gatsby (1925) se impregna de ese ánimo, y nos sitúa precisamente en esa calma chicha que precede a las terribles tormentas. Fitzgerald supo ver entre el falso brillo de aquel espendor: Las grandes fiestas, la ostentación, la juerga, el jazz, las lángidas mujeres echadas en sillones, las enormes mansiones de los aristócratas... un símbolo: Gatsby. Porque Gatsby resulta al final el símbolo del materialismo, no un personaje. El narrador lo presenta así: "Gatsby representaba todo aquello que desprecio sinceramente".
Fitzgerald diseccionó y plasmó esta sociedad neoyorkina en el choque de clases: Los nuevos ricos y los viejos ricos. Y les dió hasta situación ficticia: West Egg y el East Egg. Simbólicamente representa esta relación entre clases con el imposible amor entre Gatsby y Daisy. Y también el choque de clases alta y baja: Con el también imposible amor entre Tom y Myrtle Wilson.

En la novela existen momentos deslumbrantes, como en el capítulo VII, donde asistimos a la silenciosa lucha de poderes de Gatsby y Tom, una lucha cuya tensión va subiendo poco a poco hasta, finalmente, explotar. Aún así, lo más llamativo e interesante de leer El Gran Gatsby en ésta época, es ver cómo el hombre es capaz, de nuevo, de tropezar en la misma piedra. Hago una comparación, casi ineludible, entre el crack del 29 y la "crisis" actual, consecuencia las dos del derroche y acaparación de unos pocos, casi siempre los mismos.