domingo, 25 de enero de 2009

De ratones y hombres; de John Steinbeck

Steinbeck es, a menudo, citado entre ese grupo de escritores de "La generación Perdida", o literatos que reflejaron las devastadoras consecuencias de la Gran Depresión en Estados Unidos tras el crack de 1929. Entre sus obras más destacadas se encuentran: Tortilla flat (1935), De ratones y hombres (1937), Las uvas de la ira (1939), La perla (1947) o Al este del edén (1952). Recibió en Premio Pulitzer en 1940 y el Premio Nobel de literatura en 1962.

Lo más cerca que estuve antes de Steinbeck fué una madrugada, echaban por la televisión "Las uvas de la ira", dirigida por John Ford y basada en la novela más nombrada de Steinbeck. Tuve la película de fondo y la nostálgica pobreza y depresión norteamericana no consiguió embaucarme. No digo que el film sea malo, no puedo criticar algo a lo que no presté atención. Pero ahí quedó el recuerdo. Aquella leve mota de polvo, en blanco y negro, posada sobre la memoria, hizo que a partir de entonces deshechara las pocas ganas que tuviera de leerme aquella novela tan mítica y, por ende, a este escritor.

Hoy, me gustaría ser capaz de expresar en palabras mi terrible impresión, mi amor acongojado y resuelto, tras la lectura de "De hombres y ratones" (1937). Uno no puede quedar impasible ante sus personajes. La huella, la profunda marca, que deja éste pequeño libro es comparable a los magníficos descubrimientos literarios que de forma perpetua ya acompañan, como una sombra, al amante lector.

Con una lírica humilde y sencilla Steinbeck nos arrebata desde las primeras páginas. La amistad entre George y Lennie, dos jornaleros que llegan a una granja para cargar sacos, nos succiona de forma emocional. Lennie, con retraso mental, es casi un niño agazapado dentro de un enorme y fuerte cuerpo de hombre, incapaz de comprender el mundo que le rodea; y George, su gruñón cuidador, resignado por la carga que se autoimpone a la hora de proteger a Lennie, pero a la vez encariñado con su compañía, crea para él un sueño. La historia del libro, a grandes rasgos, sería ésta amistad, llena de pequeños, tiernos y dolorosos matices. La magnitud y simbolismo que encierran ciertas partes de la historia, dentro de la sociedad despiadada y cruel en la que está contextualizada, toma niveles gigantescos de humanidad y piedad.

Hay momentos del libro en los que la emoción queda suspendida en una tensión casi palpable. Uno de esos momentos, una escena importantísima a nivel metafórico, es cuando se sacrifica a un perro viejo y ciego. El tiempo, los segundos que transcurren, desde que se llevan al perro fuera del cobertizo hasta que le dan el tiro de gracia, toma características de intensidad física. Otro de esos momentos es el final de la historia.

Me llama poderosamente la atención que, de un modo muy sencillo, se nos presenten personajes tan arrebatadores. Steinbeck no necesita de vericuetos ni de artificios grandilocuentes, tan sólo simples diálogos de la vida diaria. De hecho, creo que precisamente es ahí donde reside la fuerza de éste libro, en sus diálogos. Lo cual me ha hecho ver éste libro desde una perspectiva teatral: Está compuesto de escenas estáticas: No hay "movimiento de cámara" ni cambio escenográfico, es decir: cada escena sucede en un lugar único: Un establo, la orilla del lago, el cuarto de los peones, la habitación de Crooks... y donde reside precisamente la energía activa es en el diálogo y la comunicación de los personajes que entran y salen de las escenas.

Un libro absolutamente imprescindible, y me temo que un autor, Steinbeck, que hay que leer por obligación tácita.

lunes, 19 de enero de 2009

Jumbee y otros relatos de terror y vudú; de Henry S. Whitehead

Dentro de los personajes más extraños que me he topado dentro de la literatura fantástica sobresale el reverendo Henry S. Whitehead. Extraño es que un diácono norteamericano de principios del siglo XX escribiese relatos de terror y los enviase a revistas pulp de la época tipo "Weird Tales", "Strange Tales" o "Adventure". Pero más aún es que la mayoría de estos relatos tuviesen como tema central el Vudú y las supersticiones de los negros de las Pequeñas Antillas. Whitehead fué enviado, entre 1921 y 1929, como diácono a las Islas Vírgenes, y quedó embelesado por las costumbres y ritos tribales de los nativos, emoción que quedó totalmente grabada en sus historias. Entre 1924 y 1946 escribió un sinfín de relatos fantásticos y de terror, la mayoría de los cuales fueron publicados en revistas pulp de la época, las mismas revistas que, por entonces, publicaban relatos de H. P. Lovecraft, Robert E. Howard, Clark Ashton Smith o Seabury Quinn. Arkham House publicó dos colecciones de relatos de Whitehead: "Jumbee and Other Uncanny Tales" (1944), y "West India Lights" (1946).

Dentro de Jumbee y otros relatos de terror y vudú, encontramos un total de catorce relatos. Todos están ambientados en las Pequeñas Antillas, y en todos encontramos descritos ritos y supersticiones de los negros. Según Whitehead, todos estos negros nativos creían en la necromancia, en la brujería. Ellos mismos practicaban en Obeah (Obi) para curarse de enfermedades, y se cobraban sus venganzas mediante el Vauxdoux (Vudú), prácticas que llegaron durante los días de la esclavitud a través de Jamaica o Benín. Este culto a la Serpiente, a esa parte oscura y maligna del rito, produce verdadero terror entre los nativos que conocen cuales pueden ser las consecuencias de su práctica. Entre todo el elenco de supersticiones destaca el Jumbee, también llamado Zombie. El Jumbee es un fantasma o aparición, pero con la característica de que siempre es negro.

Por la misma época William B. Seabrook escribió también sobre el vudú en su famosa "La isla mágica" (1929). Todo un catálogo de prácticas oscuras y sobrenaturales en Haití. Además, el libro de Seabrook aparece citado en uno de los relatos.

Para articular algunos de estos cuentos Whitehead se valió de: Gerald Canevin y su compañero, el doctor Pelletier. Dos investigadores de lo sobrenatural, a la manera del Hesselius de Lefanu, el Carnacki de Hodgson, o el De Grandin de Seabury Quinn. Pero estos sólo se ocupaban de investigar el lado sobrenatural del Vudú en las Pequeñas Antillas o Islas Vírgenes.

En casi todos los cuentos, por activa o por pasiva, encontramos como tema principal la necesidad de venganza de alguno de sus personajes, lo cual hace que estos usen el culto a la Serpiente como herramienta. De la colección de relatos destacaría "Cassius", "Sombras" y "El hombre árbol", los dos primeros por la intensidad y el mal rollo que dejan su lectura, y el tercero por la belleza y el amor a la naturaleza que infunde; además resaltaría las ambientaciones históricas de "El Negro Tancredo" (esa mano correteando me pone aún los pelos de punta) y "Siete vueltas en la soga del ahorcado" (una estupenda historia de piratas y venganza).

jueves, 15 de enero de 2009

La gaviota y El tío Vania; de Antón Chéjov

Antón Chéjov, nacido en el siglo XIX del antiguo imperio Ruso, amigo de Tolstoi o Gorki, innovó en las dos facetas literarias en las que trabajó: El relato, del que fué un gran maestro, y el teatro. En lo que se refiere al relato o novela corta, llegaría a escribir: "La concisión es hermana del talento" "El arte de escribir es el arte de condensar" "Escribir con talento es escribir concisamente".

Bajo el seudónimo de Antosha Chejonté comenzaría a escribir una serie de relatos satíricos sobre la sociedad rusa. De un modo despiadado e irónico diseccionó aquella degradación económica y cultural de la nobleza, haciéndose rápidamente famoso. Dentro de su creación teatral dió un nuevo punto de vista: eliminó los efectismos y todo lo espectacular (irónicamente lo teatral), de ahí que sus obras no tengan una acción clásica, sino que se compondrían de sucesivas imágenes cotidianas que logran una emoción general, y una especie de corriente submarina (a través de lo no-dicho o expresado, sino lo insinuado) que logra vertebrar lo profundo, lo importante de la vida. El subtexto y los silencios componen, por tanto, un elemento esencial de su dramaturgia. Dentro de su obra dramática destacan: La Gaviota (1895), El tío Vania (1899), Tres hermanas (1902), y El jardín de los cerezos (1904).

La gaviota (1895)

En ésta obra se habla de manera bastante directa de literatura y de teatro, y de cómo tanto teatro como literatura están irremediablemente enraizados a la propia vida. De hecho, los personajes principales están relacionados con la creación artística: Un joven escritor romántico, Treplev, que ansía conseguir reconocimiento, Nina, aspirante a ser actriz; Trigorín, un afamado literato; Masha, enamorada de la melancolía creadora de Treplev; o Arkádina, madre de Treplev y vieja actriz. Además, en "La Gaviota", se cita el Hamlet de Shakespeare y en dos ocasiones a Maupassant. Lo cual a mi modo de ver no es algo accesorio, sino que el propio Chéjov rinde así humilde pleitesía a dos de sus más grandes influencias.

El título de la obra se toma de un elemento simbólico de la propia obra: Una gaviota. Éste elemento aparece en momentos concretos y significativos a lo largo de los cuatro actos, dotando al texto de intensidad alegórica: La propia Nina dice " Yo me siento atraída hacia aquí, hacia el lago, lo mismo que una gaviota" y posteriormente firmará sus cartas como -Gaviota-, adoptándolo como seudónimo, y cuya desesperación le lleva a confundirse con una de ellas. El romántico Treplev deposita a los pies de Nina una gaviota que acaba de matar. Y Trigorín, tras ver esa gaviota muerta, anuncia el propio destino de Nina diciendo: "Un argumento que se me ha ocurrido... El argumento de un pequeño relato. Una jovencita parecida a usted vive desde niña junto a un lago. Ama el lago como si fuera una gaviota, y como una gaviota feliz y libre. Pero llegó fortuitamente un hombre y, a falta de otro quehacer, la destruyó igual que han destruído a esta gaviota". Además, la propia naturaleza del escenario: un teatro sobre el que de fondo se ve un lago, los sonidos de tormenta y la noche anuncian la tragedia, todo se mezcla para confundir realidad, amor, creación y teatro en una misma cosa. Escribir y vivir se funden para Treplev, el triste y jóven escritor, que se dice a sí mismo: "Nada: cada día me convenzo más de que no se trata de formas viejas ni de formas nuevas; se trata de que el hombre escriba sin pensar en formas, de que escriba porque así le sale espontáneamente del alma".

El tío Vania (1899)

El tema central de ésta obra es la belleza. De cómo la belleza de la jóven Elena, casada con el viejo Serebriakov, arrastra hacia su destino a los personajes principales. Su belleza atrae intensamente tanto al tío Vania, como a Astrov, el médico; de igual modo que la luz a los mosquitos. El amor al que aspiran es una vía de escape. Y en la obra descubrimos cómo los dos sueñan con una vida muy distinta a la que llevan y no son capaces de enderezarla, cayendo en una especie de desesperanza y en el dolor de una vida perdida.

ASTROV: Yo no estoy satisfecho de la vida, igual que le sucede a su tío Vania, y los dos nos volvemos gruñones (...) Pero ésta vida rusa nuestra, provinciana y vulgar, no puedo soportarla, la desprecio con todas las fuerzas de mi alma.

En realidad, todos los personajes sienten una gran desesperanza, viéndose arrastrados y condenados a una existencia baldía, resignándose. Elena, la bella jovencita casada con el viejo Serebriakov, se ve atrapada: "Es pereza y es aburrimiento. Todo el mundo critica a mi marido, todo el mundo me mira con compasión: ¡Desdichada, tiene un marido viejo".

(...)

VOINITSKI (Tío Vania): ¡Ya lo creo! ¡Yo era una individualidad luminosa que a nadie le daba luz! (...) Me paso las noches en blanco, de pesar y de rabia, por haber malgastado tan estúpidamente el tiempo cuando podía haber tenido todo lo que mi vejez me niega ahora.

Tanto el tío Vania como su hermana Sonia, están irremediablemente enamorados, el uno de Elena y la otra de Astrov. Y, ante la idea de volver al habitual sopor de sus vidas, prefieren la mentira:

VOINITSKI (Tío Vania): Cuando falla la vida, hay que vivir de espejismos. Al fín y al cabo, es mejor que nada.

(...)

SONIA: La incertidumbre es preferible. Siempre queda la esperanza.

Ante ésta frustración, todos los personajes regresan a su hábito. Como si hubieran vivido una especie de sueño y ahora, ya despiertos, se desperezasen resignados ante la vida que les espera.

VOINITSKI (Tío Vania): Esto es un sufrimiento. Tengo que ponerme a hacer algo inmediatamente... ¡A trabajar! ¡A trabajar!

(...)

SONIA: Pobre tío Vania, pobrecito, estás llorando (...) Tú no has conocido alegrías en tu vida; pero espera, tío Vania, espera... ¡Descansaremos! ¡Descansaremos!