domingo, 22 de marzo de 2009

Pyongyang; de Guy Delisle

Nacido en Quebec (Canadá), Guy Delisle ha sido siempre una especie de trotamundos. Su formación como supervisor de animación le llevó a viajar por diferentes estudios de Canadá, Francia, Alemania, China, y Corea del Norte. Además está casado con una administradora de Médicos Sin Fronteras, lo cual también le obliga a desplazarse por numerosos puntos del globo. Parte de todo este bagage y experiencia de choque intercultural queda reflejado en sus comics, los más conocidos hasta la fecha son Shenzhen (2000) y Pyongyang (2003), que cuentan, respectivamente, sus experiencias en China y en Corea del Norte.

Delisle, como él bien dijo en una ocasión, no volverá nunca a Corea del Norte, entre otras cosas, porque no sería bien recibido. En Pyongyang, capital de Corea del Norte, residió durante dos meses como supervisor de animación. Allí, con 1984 de Orwell en mano, pudo ver con sus propios ojos los efectos de un estado hermético y totalitario. Los extranjeros entran con cuentagotas, no hay internet, ni cafeterías... por las noches no hay iluminación, resulta prácticamente imposible conocer norcoreanos. Cada extranjero está estrechamente vigilado por su traductor-acompañante.

Cuando sólo se nos muestra un camino, cuando se nos obliga a caminar por él. Cuando se nos obliga a rendir culto al Presidente Eterno: Kim Il Sung, aunque éste ya haya muerto, y a su hijo y heredero; y seguir una única doctrina política edificada en 1945: El Juche (con definiciones marxistas-leninistas). Cuando se nos da a denominar algo voluntario cuando es obligatorio... ¿A quien se le ocurre hablar de libertad? El comic de Delisle es el espejo de una visión trastornada y terrible, un choque cultural (el de un occidental observando la brutalidad norcoreana). Un horror reflejado bajo un trazo simple, en blanco y negro (no podía haber color en éste comic), y, a pesar de todo, con notas de humor como contrapunto necesario al espanto que estamos leyendo. El propio Delisle se dibuja a sí mismo lanzando avioncitos de papel y animándolos a cruzar el río.

Este comic debería ser leído por todos, porque es pura subversión. Porque su mera existencia es grito a la libertad, es denuncia de algo que nunca debería haber ocurrido y que debe terminar de una vez. Es advertencia.

martes, 17 de marzo de 2009

La maldición de Hill House; de Shirley Jackson

Tenía muchísimas ganas de leer a Shirley Jackson (1916-1965) clásica escritora norteamericana de terror, que firmó varias obras de gran importancia dentro del género, entre ellas The Lottery (1948), The haunting of Hill House (1958), o We have always lived in the Castle (1962).

Dentro de la literatura de terror existen muchos tipos de subgéneros, uno de ellos es el de las historias que hablan de casas encantadas. Tal vez el primer gran ejemplo es El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole, el primer relato de la literatura gótica. Por alguna razón los seres humanos nos sentimos atenazados por un terror de carácter atávico ante la posibilidad de que nuestro espacio íntimo sea violentado, de ahí que los espacios cerrados donde moramos, donde dormimos, donde nos comunicamos, donde comemos, donde sucede la vida más personal, sea un escenario ideal para aterrorizarnos. Por tanto... ¿Qué ocurriría si es precisamente en esos lugares donde suceden extrañas apariciones, ruidos, gritos, lamentos...? Eso es, precisamente, lo que se han preguntado algunos escritores a lo largo de la historia: Además del ya mencionado Walpole, citaremos a Margaret Oliphant y su La puerta abierta (1882); La casa vacía (1906) de Algernoon Blackwood; La casa en el límite (1908), de William H. Hodgson; Malpertuis (1943) de Jean Ray; La casa tomada (1947), de Julio Cortázar; Algunas casas encantadas de Ambrose Bierce... Por contra, el gran relato de terror de Stephen King: El resplandor (1977) o La casa infernal (1971) de Richard Matheson bebieron directamente de las aguas pantanosas de la casa de la colina que edificó Shirley Jackson.

La maldición de Hill House nos cuenta la historia de la investigación que el profesor Montague realiza junto a tres acompañantes, en la tétrica casa de la colina, una casa supuestamente encantada. La misión de Montague es desentrañar los secretos de esa misteriosa casa y estudiar concisamente los posibles hechos sobrenaturales que se dan en ella. El relato, aunque no en primera persona, está contado desde el punto de vista de Eleanor, una de las invitadas por Montague. Lo cual no es accesorio, pues iremos viendo cómo la situación personal de Eleanor, su forma de sentir, su vida pasada y su romanticismo, su timidez e inseguridad, su corazón lleno de culpa, es utilizado por Hill House para minarla poco a poco. El miedo que la primera visión de Hill House le produce, va transformándose en una necesidad por quedarse, en el hogar que siempre deseó. El que parece ser el eslabón débil de los cuatro visitantes, se convierte en objetivo de la maligna casa: La casa parece ver en el interior de ella, y le procura proyecciones de sí misma: los golpes se asemejan a los que daba su madre, las estridentes risas, las pintadas con su nombre, la búsqueda del hogar perdido, del amante... El villano, en éste caso, es la propia casa, que parece tener vida propia.

En La maldición de Hill House Shirley Jackson utiliza recursos propios de la novela gótica clásica: La gran mansión que levantó Hugh Crane es una tétrica alegoría de los castillos medievales, el espacio arquitectónico está embebido de decadencia y oscuridad, no ya sólo por los sucesos que antaño acaecieron en su interior, sino porque el propio espacio rezuma el mal:
Ningún ojo humano puede aislar la desgraciada coincidencia de línea y lugar que sugiere el mal en la fachada de una casa y, sin embargo, de algún modo, una maníaca yuxtaposición, un ángulo mal inclinado, un encuentro fortuito entre el tejado y el cielo, convirtieron Hill House en un lugar de desesperación, más aterrador si cabe porque la fachada de Hill House parecía despierta, vigilando con sus vacías ventanas y mostrando un leve matiz de satisfacción en la ceja de una cornisa (...) Era una casa carente de bondad, que no había sido pensada para ser habitada, un lugar inapropiado para la gente o para el amor o para la esperanza.

Además Hill House proyecta las terribles emociones de sus habitantes como si fuera el espejo terrible del alma. No falta la heroína o doncella perseguida (Eleanor), ni los personajes excéntricos de emociones exageradas, ni, por supuesto, el villano (La propia Hill House).

El libro es una verdadera maravilla. Ya no sólo por la serena voz de Shirley Jackson, que nos va relatando de manera sugerente la lenta captura de la mente de Eleanor desde su propia persona, sino porque es capaz de evocar el ambiente malsano, opresivo y maligno, que subyuga al lector en una historia casi onírica y pesadillesca hasta el final. La descripción de la mansión de Hill House tiene verdadera presencia y realismo, casi se materializa ante nuestros ojos ( la autora se inspiró en la Winchester Mystery House), y de hecho algunas de sus escenas me han dado verdadero pavor.

Para redondear el asunto, y alargar la sensación de la novela, ví la adaptación para el cine que de ella hizo Robert Wise en 1963 con el título de The Haunting. Una adaptación buenísima, hay que decir, que elimina ciertos hechos y personajes del relato, pero que sabe captar fielmente la intensidad y el ambiente del original. Muy recomendable para completar la experiencia.

domingo, 8 de marzo de 2009

El proceso; de Franz Kafka

¿Qué decir a estas alturas de Franz Kafka? ¿Qué decir de un autor cuyo nombre ya es adjetivo de lo angustioso y lo absurdo en la cultura popular?. Días atrás me he afanado casi de forma hipnótica en una de sus grandes obras inacabadas.

Kafka vivió a caballo entre el final del imperio austro-húngaro y los inicios de la república checoslovaca, desde 1883 hasta 1924. Y prácticamente fué inadvertido, pasando por la vida de puntillas. De hecho, su última voluntad fué que todos sus escritos fueran destruidos, lo cual hubiese supuesto la desaparición absoluta del autor en le recuerdo del siglo XX, cuestión que casi lograron los nazis que, entre 1933 y 1945, incautaron e hicieron desaparecer multitud de manuscritos del autor. Max Brod, amigo de Kafka, desobedeció sus últimos deseos y publicó su obra completa, incluyendo sus obras fragmentarias e inacabadas que, hoy en día, se consideran clásicos de la literatura, como su relato La metamorfosis (1912) o sus novelas América (1913), El proceso (1914), o El castillo (1922).

Si habitualmente en los escritores el sentido de "vida y obra" se considera como algo que se complementa y nutre formando un todo, en Kafka ese aspecto toma toda su dimensión. Su obra es casi inseparable de la forma que tuvo de sentir y observar el mundo que le rodeaba: Su relación con las mujeres, el modo esquivo de resolver problemas o tomar decisiones, la relación de deber y odio hacia su padre... Una mixtura que conformó un todo, una mirada siempre en busca del sentido, luchando entre la selva de la sociedad y uno mismo. Y así, en El Proceso, observamos un mundo laberíntico, que oprime a un hombre enfermo:
El sufrimiento es una parte esencial de la existencia y el único medio para llegar a la verdadera sabiduría.
Un subtexto que nos lleva a Schopenhauer o Nietzsche, y convierten a Kafka en precursor del existencialismo, reposando sobre sus historias ese valor del héroe marginado y enfermo en busca la supervivencia.

El proceso se inicia de una manera ya devastadora:
Alguien debía de haber hablado mal de Josef K., puesto que, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana lo arrestaron.
Al leer El proceso, una de las cosas que más llama la atención es que Josef K. no sabe de qué se le acusa, y nadie relacionado con su proceso es capaz de expresar las razones que le han llevado a ser acusado. De hecho, a medida que avanza el relato, poco importa esa cuestión. Las razones se pierden en burocracias absurdas y laberínticas, y su posibilidad de defensa es algo tan abstracto y difuso, que la busca mediante la ayuda de mujeres, un pintor que tiene influencia sobre los jueces o un abogado postrado en una cama.

La indefensión es más que palpable, todo lo que va aconteciendo y todas las personas que se va encontrando parecen tener que ver con su proceso o conocen su caso:

En el primer interrogatorio se ríe del juez, hablándole de manera ególatra y autoritaria, llegando a renuncianciar a todos los interrogatorios.

Su propio tío le manifiesta: "¿Es que quieres perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa? Eso significa que te eliminaran sencillamente, y que toda tu parentela será arrastrada con ello o por lo menos humillada hasta el suelo. Josef, cuidado. Cuando uno te mira casi creería el refrán: con un proceso tal, las cosas de antemano tienen que ir mal."

Nos dice también mucho que su abogado, un abogado enfermo y en todo momento postrado en una cama, se llame Huld (cuyo significado nos lleva a pensar en "clemencia" o "benevolencia"), y al que también termina rechazando.

Una de las mujeres a la que seduce le llega a decir: "corrija sus errores, no sea más tan inflexible, contra este tribunal no puede uno defenderse, hay que confesar. Así que confiese en la próxima ocasión. Sólo entonces está dada la posibilidad de escapar".

Josef llega a solicitar la ayuda de un pintor, casi un mendigo, que parece tener influencia en el tribunal. El pintor le llega a decir: "Todo pertenece al tribunal" y "Si usted es inocente, entonces el asunto es muy sencillo" K., le dice: "Mi inocencia no simplifica el asunto, depende de muchas sutilezas en las que el tribunal se pierde. Pero al final saca de cualquier parte, donde al principio no había nada en absoluto, una gran culpa". El pintor le da tres opciones posibles: la absolución real, la absolución aparente y el aplazamiento. Explicándole que no puede aspirar nunca a la absolución real. K rechaza todo, puesto que él sólo aspira a la absolución real.

Incluso en la catedral de la ciudad, en la que se encuentra por motivos de trabajo, un sacertote le realiza un simbólico juicio, donde se incluye la parábola de Kafka "Ante la ley".

No contaré el final, que lo tiene a pesar de no ser un texto definitivo. Hay capítulos que el autor dejó inconclusos, pero todo tiene una dirección firme dentro de la estructura de la novela.

La sensación que he tenido leyendo la novela es similar, muy parecida, a lo que pude experienciar leyendo El castillo. Lo absurdo y lo real se mezcla formando una visión onírica del mundo. La realidad es un cúmulo de aspectos cotidianos, que todos reconocemos, y que se mezclan con situaciones del todo disparatadas e imposibles, pero que deben integrarse en un todo, conformando así la propia realidad individual, la experimentada. Un mundo de culpa, un mundo opresivo, de laberintos de muros y burocracias, donde uno no puede defenderse ante una ley que está por encima de todo y todos. Donde aceptar las normas supone colgarse un yugo y donde rechazarlas es también colgarse el mismo yugo. Subyace por tanto la impotencia y el sufrimiento como único aspecto posible del hombre.

A pesar de haberme aburrido apaciblemente con algunas partes de la novela, no puedo negar que acudía a ella de forma obsesiva. De alguna manera, entrar en contacto con una visión tan extrema del mundo, hace que te afecte y te sitúes en una especie de empatía cercana a la enfermedad y al dolor. No voy a negar que siempre me ha gustado fustigarme con lecturas de esta índole, pero reconozco que hay que leerlas con cuidado. De hecho su sensación se prolonga durante días.

sábado, 7 de marzo de 2009

¡Chhht!; de Jason

Este curioso autor noruego, con nombre de asesino en serie y de héroe mitológico, tiene una manera peculiar de comunicarse con nosotros a través del comic. En primer lugar: no le gustan mucho las palabras. Casi todos sus álbumes están rodeados de un reverencial silencio (digo casi, no en todos). Sus personajes apenas muestran emociones: parecen muñecos que el autor cambia de perspectiva o postura. Además Jason, o John Arne Sæterøy (como en realidad se llama), sólo dibuja animales antropomórficos. Ha sido nominado y premiado con prestigiosos premios en el honroso mundo del comic, como Harveys, Eisners e Ignatzs. Entre sus obras más conocidas se encuentran: Bolsillo lleno de lluvia (1995), ¡Hey, espera! (1999), Shhh! (2000), o Yo maté a Adolf Hitler (2007).

Centrándome en Chhht! (o Shhh!), o sea cual fuere la onomatopeya que incita a guardar silencio, diré que se trata de varias historias cortas en blanco y negro protagonizadas todas por un pájaro negro que viste gorro y una chaqueta de cuadros. No hay diálogos ni letra alguna a lo largo de sus 125 páginas. Lo que sorprende, desde la primera de las historias, es la facilidad con la que Jason nos sacude emocionalmente. No necesita mucho para hacerlo. La rápida sucesión de las viñetas se transforma en mudos cortos cinematográficos. Sin aspavientos, sin detalle, y con un estilo minimalista, Jason nos habla de aspectos tan importantes como la soledad, el amor y la pérdida, la necesidad de estar acompañados, la madurez, la búsqueda de la identidad, o la invisibilidad.

La única pega que le encuentro es su brevedad. El álbum se recorre en apenas diez minutos. Uno se queda con la sensación de querer más. Así que... habrá que leer más cosillas de Jason. Tengo la impresión de que es uno de esos autores que hay que ir descubriendo poco a poco, a través de toda su obra, para así obtener una amplitud y una perspectiva más interesante.

jueves, 5 de marzo de 2009

Mis circunstancias; de Lewis Trondheim

Mis circunstancias (1995) fué la primera obra autobiográfica de Lewis Trondheim. Le siguieron, y le siguen, muchas más como Desocupado o la serie Las pequeñeces de Lewis Trondheim, con La maldición del paragüas o El síndrome del prisionero. Todas ellas se ocupan de reflexionar e investigar en clave de humor sobre su propia neurosis obsesiva, su introversión y su hipocondría entre otras cosillas sin importancia.

Aparte de La mazmorra, fué con éste álbum con el que Trondheim se dió a conocer en el mundillo del cómic. El autor nos muestra su vida cotidiana en la época (1993-1994) en la que contaba con unos treinta años y en la que L'Association comenzaba a dar sus primeros pasos. Desde la curiosa perspectiva de un mundo antropomorfizado (como en casi todas sus obras), Trondheim se dibuja como un pájaro gruñón, que se dice así mismo, mientras entra al metro: "Imbécil, ¿Por qué siempre tengo que humillarme? ¿Por qué estoy de mal humor hoy? ¿Por qué tengo que reflexionar sobre todo sin importar el qué?" y así se inician "sus" circunstancias. Pronto descubrimos, a medida que vamos avanzando el álbum, que el autor es un pelín neurótico obsesivo, y que utiliza su imaginación como vía de escape para las situaciones que le resultan algo molestas. De ésta manera nos ofrece pasajes impagables: Como una en la que el simple imaginar que una historia suya fuese a tener un gran éxito le lleva a juzgarse como un megalómano culpable.

Así Trondheim relata cómo es su vida cotidiana, su trabajo como dibujante de comics en L'Association, su vida en pareja; todo ello aderezado con grandes dosis de neurosis obsesiva e introversión, y por contra de inseguridad y fustigación contínua. Pero Trondheim se propone a sí mismo, a través de las páginas, una especie de psicoanálisis y búsqueda de, no sólo el equilibrio dentro de su marejada interior, sino de las causas y posibles mejoras sobre su persona. De ahí ese monstruo, pseudo-pepito grillo de la conciencia, o esos múltiples Trondheims que el propio autor va sacándose uno a uno de dentro para enfrentarse a ellos.

Comparando "Mis circunstancias" y "Desocupado" diría que el primero es mucho más fresco y más rico en situaciones, mientras que el segundo es mucho más reflexivo, más cerebral. En el primero Trondheim divaga más por su cotidianidad y aspectos más íntimos de su forma de pensar; mientras que en "Desocupado" esa reflexión está más orientada al trabajo y a su vida como dibujante, aunque también indaga en esa neuroris existencial. Supongo que los diez años que los separan (en el primero Trondheim rondaba la treintena y en el segundo los cuarenta) dicen mucho de cómo se ha desarrollado la forma de ver la vida en el autor.

La verdad es que me ha encantado.


Otras entradas de Lewis Trondheim:

- Desocupado

domingo, 1 de marzo de 2009

El borrón; de Tom Neely

Tom Neely se ha estrenado recientemente en esto del cómic con "El borrón" (2007). Aunque estudiara bellas artes en San Francisco, Tom no olvidaría nunca aquellos grandes momentos que pasó junto a sus amados comics. Actualmente compagina las dos facetas, la de pintor y la de autor de comics.

Es difícil describir el mundo en el que nos sume Tom en "El borrón". Todo queda reducido a lo esencial: Los dibujos nos trasladan a los albores del cómic, miscelánea de un Mickey Mouse de Floyd Gottfredson y un Popeye de Elzar Crisler Segar, pero en un ambiente cargado de una agresividad y tristeza enormes. Y en cuanto al guión, nos presenta una historia surrealista que habla de una lucha: Una lucha a la que todo ser humano debe entregarse: la del bien y el mal, la del blanco y el negro, la de lo divino y lo profano, todo llevado a la simplificación superlativa, la constricción esencial y básica, mientras explora los terrenos entre la individualidad y la comunicación entre las personas. Neely nos sitúa en el abismo mismo entre surrealismo y metalenguaje del comic.

Esa mancha que persigue al personaje principal, motivo de vergüenza y huida, ese núcleo de mal y oscuridad, es sinónimo de todo lo negativo y agresivo: la destrucción de lo humano. Neely se convierte en un dios que juega con su protagonista: Lo ataca con la eterna mancha de tinta, lo embadurna, lo persigue, y su personaje intenta escapar y defenderse.

Los dobles malignos o deshumanizados, simples esbozos, las máscaras, los agujeros, los sombreros... los árboles... son motivos de anclaje, la simbología con la que el autor pretende estremecernos y reflexionar sobre el miedo, el amor, la agresividad o el dolor.

Este comic abre puertas. Personalmente su lectura me ha resultado fascinante. Me ha recordado a aquella onírica historia de "El ruido y la furia" del Bardín de Max. Hacía mucho que no leía un comic tan imaginativo. Habrá que seguir la pista a Tom Neely. Promete.

Más sobre el autor en: I will destroy you