martes, 20 de noviembre de 2007

Justine; de Lawrence Durrell

La rueda de las lecturas fué girando y girando hasta posarse en Durrell, Lawrence, no Gerald. Pues Gerald, su hermano, fué también un gran escritor, y ambos escribieron bien, al menos eso dicen. Pero ambos supieron, o quisieron, dar una dirección muy diferente a sus obras. Por lo pronto, Lawrence, renegó de Inglaterra. Nada quería saber el cosmopolita del que fuera país de su familia. Su obra más importante es el llamado "Cuarteto de Alejandría", compuesto por Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, escritos entre 1957 y 1960.

Afronté la tarea de leer el Cuarteto de Alejandría con miedo en los párpados. Ardua la tarea, por vasta, muy vasta la obra. Temor alentado, claro, por la magna extensión de cuatro, uno, dos, tres y cuatro, libros. Todo comienza en Justine. Aunque el mismísimo autor ha explicado varias veces que las novelas pueden ser leídas como entidades individuales.

Comenzar a leer Justine supone haber encontrado un hogar agradable en el desierto. Leyéndolo uno se adentra en un espacio de arena y casas de arcilla donde el amor lo ensucia todo. Sí, como suena: lo ensucia. Porque el amor visceral, sin florituras, es el vómito inverso del mundo. Para ejemplo, dice un personaje: Con una mujer sólo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrir, o hacer literatura.

Porque, oh improbables lectores, ésta es una obra (el Cuarteto) absolutamente dedicada al amor. No al amor romántico, que también, sino al amor que da dentelladas furiosas. Porque, amigos y enemigos, cuando se destapa lo que hay por debajo de la superficie carnosa de las personas, eso que tan pocos muestran, nos encontramos algo que no suele ser agradable, algo que dista mucho de la concepción que suele exhibirse del amor. Ese algo está manchado del animal interior del que venimos, sin máscaras. Justo de eso habla Durrell, de lo que las palabras difícilmente suelen transmitir: Una vida subterránea, las riendas del latido verdadero.

La obra también versa sobre Alejandría ¡Alejandría! Ciudad del norte de Egipto, que reposa en el delta que hace el Nilo y al lado del lago Mareotis. Ese Mediterráneo es aguijoneado por el sol, sol que está contínuamente presente; y, como no podía ser de otra manera, el texto se ve salpicado por la poesía de Cavafis, el viejo, o el poeta de la ciudad: La ciudad es una jaula./No hay otro lugar, siempre es el mismo/puerto terreno, y no hay barco/que te arranque de ti mismo.!Ah! No comprendes/que al arruinar la vida entera en ese sitio, la has malogrado/en cualquier parte de este mundo?

A pesar de todo leer Justine no es fácil. Todo lo contrario: Uno doblega la concentración para captar todos los doblesemblantes de la prosa poética de éste hombre. Y eso, lo que queda tras el esfuerzo, es tan grande que no importa demasiado. No chirría comparar su prosa con Proust o Faulkner. Tal vez por eso Justine palpita con un corazón que amaga arritmias: Lento, como maduran los buenos vinos (o eso dicen). Por eso es bueno beberlo a sorbitos.

Cada personaje dibujado se incrusta con rabia en la memoria precipitada. Y es un incesante fluir de personajes hechizantes: Clea, Scobie, Arnauti, Pursewarden... y claro Balthazar. Pero si hay un personaje por excelencia en el libro, ese es Justine, esa mujer terrible, oscura y triste, que siempre existió en la literatura. Como símbolo de lo desgarrador y visceral que puede llegar a ser el amor o la concepción del amor.

Del narrador, que nos acompaña durante toda la travesía, no sabemos más que estuvo enamorado hasta la médula de Justine, y que ahora vive en una isla rememorando aquellos días pasados de Alejandría. No sabemos ni su nombre. Ni siquiera estamos seguros que todo aquello que cuenta esté ordenado de forma temporal. Esa es la razón de que existan tres libros más. Según Durrell (o en palabras de Pursewarden, que parece ser el mismo Durrell) éstos son una serie de novelas en n-dimensiones, es decir: La historia no transcurre de a hacia b, sino que pasado y presente se mezclan, y la forma de éstas se basa en el principio de la relatividad: Tres lados de espacio y uno de tiempo (algo parecido a lo que hizo Kurosawa con Rashomon) siendo ésta su estructura, el tema principal es el estudio, casi viviseccional, del amor.

"¿qué es un acto humano sino una ilusión cuando dos interpretaciones distintas son igualmente válidas?"

o

"¿acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?"

Justine acaba como un coito. Mezcla de relax y excitación, y tal vez un poco de sueño tras la lectura. Podría disertar infinitamente sobre lo que me parece éste libro: Todo serían palabras grandes, evocaría todos los párrafos inquietantes (desestabilizadores muchos y tal vez explicativos) y todas las sensaciones que gesta y, aún así, quedaría en mí esa indescriptible sensación de no haber podido asir con las palabras todo lo que ha significado. Leer Justine, tal vez, sea plantar semillas bajo la psique, granitos germinantes que se van agitando y desperazándose poco a poco, en un amanecer lento.


1 comentario:

Ana dijo...

"Justine" cayó en mis manos por casualidad, cuando tenía unos 22 ó 23 años; empecé a leerlo como cualquier otro libro. No era entonces uno de los mejores momentos de mi vida y leí: "Este último año he llegado a un punto muerto. Me falta la voluntad necesaria para hacer algo de mi vida..." Apareció Justine y, a partir devoré el libro. Mi padre me regaló todo el "Cuarteto", pero mi preferido sigue siendo "Justine". Han pasado unos años y ahora sí estoy en uno de los mejores momentos de mi vida, y sigo "adorando" a Justine, de una forma muy diferente, claro.

No la veo como esa "mujer terrible, oscura y triste", quizá porque soy mujer y, sin llegar a la infedilidad, comprendo sus sentimientos, su pasión, su inconformismo, su lucha contra la rutina. "Parecía como si a su mundo le faltara en cierto modo una dimensión[...]". Yo la entiendo inestable, misteriosa, apasionada por un hombre que es su amigo al principio, y que se enamoran de forma salvaje después ("¿Cómo dejamos que nos ocurriera, a nosotros, tan parejos en la experienci, curtidos y sazonados en otras comarcas por las decepciones del amor?"). ¿Qué mujer no desea enamorarse así...? A pesar de tener un marido también enamorado y que por ello le aguanta todo, le admite todo y, encima piensa que ella va a volver.

En fin, como ves me sigue apasionando y siempre lo tengo a mano para releerlo. Es otro de esos libros que ya están amarillos y subrayados.

Salu2