domingo, 22 de junio de 2008

La cantante calva, Jacobo o la sumisión y El porvenir está en los huevos; de Eugène Ionesco

Ionesco, nacido en Rumanía pero de adopción francesa, es considerado, junto a autores como Beckett, Genet o Artaud, como padre del teatro del absurdo. Éste teatro se caracteriza por poner en práctica los principios existencialistas através de metáforas poéticas (o no) y revestidas de situaciones absurdas. Entre sus obras más conocidas se encuentran La cantante calva (1950), Amadeo o como salir del paso (1953) o El rinoceronte (1959).

La edición que he leído contenía las primeras obras del autor: La cantante calva (1950), Jacobo o la sumisión (1950) y El porvenir está en los huevos (1951). Con estos flamantes títulos Ionesco, hoy en día, podría a aspirar a entrar en el equipo de guionistas de La hora chanante o Muchachada Nui.

La cantante calva -Antipieza- (1950)

Se dice que el estreno de La cantante calva, en el Teatro de los Noctámbulos de París, fué todo un acontecimiento. La gente allí congregada no comprendió en absoluto la obra, o sí, tal vez inconscientemente, y por eso les desagradó tanto. De ahí el escándalo y el descontento. Pero ¿Cómo era posible que se representase algo tan repleto de escenas absurdas e ilógicas? Para empezar: En la escena no había aparecido ninguna cantante calva. De hecho, a la tal cantante sólo se la nombraba una vez, y de pasada. Casi nadie comprendió el sentido existencialista de La cantante calva, la primera obra teatral de un tal Ionesco. En ella, el autor, plantaba delante de los nobles parisinos la imposibilidad de la comunicación humana en clave de comedia absurda. La repetición y monotonía del vacío. Nada tiene lógica en la obra, y bajo el barniz de comedia de situación se exponía una cruel hipótesis social: La terrible soledad humana. Las escenas se suceden y, en vez de llevar a alguna conclusión dilucidatoria, la obra termina en una apoteósis incomprensible de frases sin sentido. La subversión, los huevos más grandes (por no decir cojones) de tener la osadía de reinventar el teatro, era de Ionesco. Luego, dos años después, llegaría Beckett y su Godot con cotas aún mayores de profundidad existencialista, pero ahí estaba ya Ionesco plantando ya las semillas de una nueva forma de contar las cosas, de la misma forma que ya lo había hecho Artaud, aunque de forma teórica, en sus manifiestos del Teatro y su doble (1938) y Teatro de la crueldad (1948).

Jacobo o la sumisión -Comedia naturalista- (1950)

De nuevo el absurdo aparece como metáfora en su siguiente obra, representada poco después de La cantante calva. Esta vez Ionesco se convierte en teórico sistémico para plasmar, de nuevo en forma de comedia, el cruel testimonio vivido en una familia. El ejemplo familiar es tomado por un todo unitario, no como partes individuales que conforman un conjunto. De hecho en la familia todos se llaman Jacobo: El hijo, la hermana el padre, la madre y los abuelos; tal vez para identificar a las partes como a una misma cosa, un sustrato indivisible que no acepta disgresiones ni rebeldías en la familia establecida. La acción se sitúa en el momento en el que Jacobo, el hijo, es oprimido por el resto del clan para que revele y afirme que "le gustan las patatas con tocino". La presión a la que es sometido por parte del padre, madre, hermana y abuelos es desproporcionada para una cuestión tan minúscula y nimia, pero de ahí que la nota cómica se convierta en metáfora. Las situaciones y decisiones absurdas se suceden: La familia insta a Jacobo a casarse con una mujer que tiene dos piernas, dos brazos, que tiene agujeros y dos narices, pero él la rechaza por no tener tres narices y por no ser suficientemente fea. Y bajo la pátina de la absurdez asoma la cabeza del esfuerzo por la afirmación individual sobre lo colectivo, el no dejarse absorber por ese mecanismo inmunitario de la familia monocefálica, monoteísta. Pero al final, Ionesco pone la nota aguda en el pesimismo, en la dificultad de ser salmón remontando el furioso río de la vida, cosa que no lleva a otra que a la terrible sumisión. Y esta desesperanza me lleva a pensar, pero en clave de libertad, en la magnífica Eleutheria de Beckett.

El porvenir está en los huevos -o se necesita de todo para hacer un mundo- (1951)

Ésta obra es una especie de continuación de la anterior. Los mismos personajes y ahondando en el mismo tema. Ahora se le exige al pobre Jacobo a asegurar el porvenir de la familia "Hay que asegurar la continuidad de nuestra raza". Para ello, Jacobo y su mujer Roberta, son presionados para la producción industrial y masiva de huevos (como si fuesen los frutos del matrimonio). Y las dos partes de la familia (por parte de el y de ella) deciden para qué usaran aquellos huevos, sin tener en cuenta la opinión de los padres de estos. De nuevo, el pesimismo llenándolo todo.

Aunque las obras de teatro fueron escritas para ser representadas más que para ser leídas, hay algunas de ellas que se sostienen muy bien en formato escrito, mientras otras cojean grandemente sin la escena. Estas tres breves obras pertenecen a éste último grupo, ya que están preñadas de repeticiones y escenas cíclicas que aburren muchísimo siendo leídas, y tal vez por eso pierden un fuelle que, tal vez, en un escenario, abriguen cierta comicidad . De todas formas, me quedo con ese fondo brumoso y triste que presenta Ionesco, velado por lo absurdo de las situaciones, pero fuertemente sostenido en lo simbólico.

2 comentarios:

Knut dijo...

Tiene buena pinta, a ver si me puedo permitir una escapada para comprar libros en breve... Joer, es que no conozco casi nada de los autores que recomiendas y es hora de probar cosas nuevas.

Pesanervios dijo...

Sí, sí, anímate, que hay más vida a parte de Dios. Jejejeje.

Ahora me ha vuelto a dar fuerte por el teatro. Ionesco es un autor que, creo yo, provoca sensaciones encontradas, y no creo que le guste a todo el mundo.

Un saludo!