
El agujero del infierno toma elementos clásicos del terror gótico: La importancia del ambiente como proyección de la psicología de los personajes, el misterio de un pasado sombrío que persigue a los protagonistas, la damisela perseguida, el tenebroso villano e incluso el castillo medieval. La obra, que Ross dedicó al gran M.R. James, nos sitúa en la región de Deeping Hold en la Inglaterra de mediados del XVII, imbuída aún en la guerra vivil inglesa que enfrentaba a los monárquicos y los parlamentaristas. En general la novela tiene cierto regustillo de terror sobrenatural quizá por la contínua presencia de un misterioso monstruo que, según las leyendas, habita entre el fango y el lodo de Deeping Hold, y que está emparentada a una antigüa leyenda que dice que cuando el conde de Deeping venda su alma al diablo, lo que habita el agujero le robará su cuerpo y alma. Se suceden pues, a través de este malvado estigma, una serie de terribles sucesos que, de forma inquebrantable, llevan a la perdición del Conde y quienes le rodean.
Apesar de que la historia resulta atrayente en un primer momento, tanto la cargante personalidad del héroe puritano bajo cuya mirada observamos los acontecimientos, como por la aburrida y soporífera prosa de Ross, hacen que la novela se me haya hecho pesadísima. De hecho pienso que si el autor hubiese optado por un relato corto en vez de una novela todo quedaría mejor. El caso es que el resultado no me llega a convencer. El ambiente queda soterrado a una descripción ambigua de los páramos que rodean el castillo, los personajes son solo esbozos superficiales y quedan cabos sueltos en la historia que, tal vez, hubiese estado bien trabajar más.
En fin, no se puede comparar esta novela con los grandes cultivadores del género del terror o la ghost story, ni con Hodgson ni con Lovecraft ni, por supuesto, con mi amado M. R. James. Se queda varios peldaños por debajo.