lunes, 23 de febrero de 2009

Mientras agonizo; de William Faulkner

William Faulkner nació en el estado de Mississippi (Estados Unidos), y ese ambiente del sur americano quedó impregnado en el autor e influyó grandemente en su obra. Prácticamente toda su producción literaria está ubicada en el condado ficticio de Yoknapatawpha (Lafayette en la realidad). Entre sus libros más importantes: El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1931), Luz de Agosto (1932), ¡Absalón, absalón! (1936), Las palmeras salvajes (1939), o Desciende Moisés (1942). Recibe el Premio Nobel en 1950 y el Pulitzer en 1955.

Al igual que hiciera en El ruido y la furia, Faulkner volvió a experimentar en la técnica literaria con Mientras agonizo. El monólogo interior, los diferentes puntos de vista de los personajes y los saltos en el tiempo, nos llevan a pensar en James Joyce o Virginia Woolf. La obra está compuesta por diferentes monólogos interiores de varios de los personajes que pueblan la novela, ofreciendo al lector una visión mucho más profunda sobre la psicología de cada protagonista y sobre las motivaciones que subyacen detrás de la historia.

El título de la obra - Mientras agonizo (As I lay dying)- está tomado de un pasaje de La Odisea, donde Agamenón relata cómo su esposa Clitemnestra y el amante de ésta le asesinan, y ni siquiera viéndole agonizar se compadecieron de él:
"Mientras me moría (agonizaba) con la espada clavada, ella, la de la cara de perro, se apartó de mí y no esperó siquiera, aunque ya bajaba a Hades, a cerrarme los ojos"
La historia cuenta las vicisitudes de la familia Bundren, una familia de "blancos que viven como negros", los llamados poor whites (blancos pobres) del sur americano de los años 30. La madre, Addie Bundren, yace en una cama agonizando. Su marido y sus cinco hijos esperan. El motor de la obra es la promesa que Anse Bundren le hizo a Addie Bundren: que, cuando ella muera, llevará su cuerpo a Jefferson para enterrarla con sus antepasados. Por eso, al inicio de la novela encontramos una imagen impactante: Cash, el hijo mayor, construye con sus manos un ataud, bajo la ventana donde yace la madre que, expectante, observa y dirige los avances de carpintería.

La prosa seca de Faulkner se abre paso a machetazos a través de la selva de la novela. Vamos conociendo muy poco a poco qué está pasando y que vínculos existen entre los personajes. No resulta fácil leer a Faulkner, éste nos lo pone bastante difícil. No nos explica de forma concreta nada. Todo lo vamos descubriendo de forma directa y sin pulir, mediante la sintonía de radio mental de cada personaje, con la estática de sus propias obsesiones y preocupaciones. Tampoco hay linealidad temporal, pues los saltos de personaje a personaje, aunque sí más o menos ordenados, no corresponden completamente a situaciones que ocurren una tras otra.

Me resultó curiosa la utilización de los elementos: El aire, la tierra, el fuego y el agua. Todos estos elementos se engarzan en una sola prueba que la familia debe pasar para llegar a su objetivo: enterrar a la madre. El desbordamiento del río que deben cruzar (el agua), el hedor que desprende el cuerpo de la madre (aire), el incendio del cobertizo en el que está el ataud (fuego), y finalmente el agujero que hay que cavar en el suelo para enterrar a la madre (tierra).

El final. Ese impresionante fin, que de algún modo desvirtúa toda la novela, se clava en el rostro del lector con una dolorosa punzada. Redondea ese sentido seco y duro: como una suela de zapato. Tremendo, tremendo.

Un portento.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Me encanta esta novela! El viajecito con el ataúd a cuestas es, en verdad, la auténtica Odisea.

Recuerdo con una vividez sorprendente cuando la familia cruza el río y cuando llegan a la ciudad, apestando los vivos más que el putrefacto cadáver que cargan...

Saludos: Llosef.

Pesanervios dijo...

Sí, la verdad es que el olor a putrefacción es como un personaje más de la obra, algo que se va impregnando en cada protagonista.

Y ese final... como una patada en los mismísimos huevillos.

Saludines.

Knut dijo...

No lo he leído, y por lo que veo debería hacerlo, jejeje.

De Steimbeck a Faulkner, juas juas juas, tocando todos los palos por lo que veo...