domingo, 8 de marzo de 2009

El proceso; de Franz Kafka

¿Qué decir a estas alturas de Franz Kafka? ¿Qué decir de un autor cuyo nombre ya es adjetivo de lo angustioso y lo absurdo en la cultura popular?. Días atrás me he afanado casi de forma hipnótica en una de sus grandes obras inacabadas.

Kafka vivió a caballo entre el final del imperio austro-húngaro y los inicios de la república checoslovaca, desde 1883 hasta 1924. Y prácticamente fué inadvertido, pasando por la vida de puntillas. De hecho, su última voluntad fué que todos sus escritos fueran destruidos, lo cual hubiese supuesto la desaparición absoluta del autor en le recuerdo del siglo XX, cuestión que casi lograron los nazis que, entre 1933 y 1945, incautaron e hicieron desaparecer multitud de manuscritos del autor. Max Brod, amigo de Kafka, desobedeció sus últimos deseos y publicó su obra completa, incluyendo sus obras fragmentarias e inacabadas que, hoy en día, se consideran clásicos de la literatura, como su relato La metamorfosis (1912) o sus novelas América (1913), El proceso (1914), o El castillo (1922).

Si habitualmente en los escritores el sentido de "vida y obra" se considera como algo que se complementa y nutre formando un todo, en Kafka ese aspecto toma toda su dimensión. Su obra es casi inseparable de la forma que tuvo de sentir y observar el mundo que le rodeaba: Su relación con las mujeres, el modo esquivo de resolver problemas o tomar decisiones, la relación de deber y odio hacia su padre... Una mixtura que conformó un todo, una mirada siempre en busca del sentido, luchando entre la selva de la sociedad y uno mismo. Y así, en El Proceso, observamos un mundo laberíntico, que oprime a un hombre enfermo:
El sufrimiento es una parte esencial de la existencia y el único medio para llegar a la verdadera sabiduría.
Un subtexto que nos lleva a Schopenhauer o Nietzsche, y convierten a Kafka en precursor del existencialismo, reposando sobre sus historias ese valor del héroe marginado y enfermo en busca la supervivencia.

El proceso se inicia de una manera ya devastadora:
Alguien debía de haber hablado mal de Josef K., puesto que, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana lo arrestaron.
Al leer El proceso, una de las cosas que más llama la atención es que Josef K. no sabe de qué se le acusa, y nadie relacionado con su proceso es capaz de expresar las razones que le han llevado a ser acusado. De hecho, a medida que avanza el relato, poco importa esa cuestión. Las razones se pierden en burocracias absurdas y laberínticas, y su posibilidad de defensa es algo tan abstracto y difuso, que la busca mediante la ayuda de mujeres, un pintor que tiene influencia sobre los jueces o un abogado postrado en una cama.

La indefensión es más que palpable, todo lo que va aconteciendo y todas las personas que se va encontrando parecen tener que ver con su proceso o conocen su caso:

En el primer interrogatorio se ríe del juez, hablándole de manera ególatra y autoritaria, llegando a renuncianciar a todos los interrogatorios.

Su propio tío le manifiesta: "¿Es que quieres perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa? Eso significa que te eliminaran sencillamente, y que toda tu parentela será arrastrada con ello o por lo menos humillada hasta el suelo. Josef, cuidado. Cuando uno te mira casi creería el refrán: con un proceso tal, las cosas de antemano tienen que ir mal."

Nos dice también mucho que su abogado, un abogado enfermo y en todo momento postrado en una cama, se llame Huld (cuyo significado nos lleva a pensar en "clemencia" o "benevolencia"), y al que también termina rechazando.

Una de las mujeres a la que seduce le llega a decir: "corrija sus errores, no sea más tan inflexible, contra este tribunal no puede uno defenderse, hay que confesar. Así que confiese en la próxima ocasión. Sólo entonces está dada la posibilidad de escapar".

Josef llega a solicitar la ayuda de un pintor, casi un mendigo, que parece tener influencia en el tribunal. El pintor le llega a decir: "Todo pertenece al tribunal" y "Si usted es inocente, entonces el asunto es muy sencillo" K., le dice: "Mi inocencia no simplifica el asunto, depende de muchas sutilezas en las que el tribunal se pierde. Pero al final saca de cualquier parte, donde al principio no había nada en absoluto, una gran culpa". El pintor le da tres opciones posibles: la absolución real, la absolución aparente y el aplazamiento. Explicándole que no puede aspirar nunca a la absolución real. K rechaza todo, puesto que él sólo aspira a la absolución real.

Incluso en la catedral de la ciudad, en la que se encuentra por motivos de trabajo, un sacertote le realiza un simbólico juicio, donde se incluye la parábola de Kafka "Ante la ley".

No contaré el final, que lo tiene a pesar de no ser un texto definitivo. Hay capítulos que el autor dejó inconclusos, pero todo tiene una dirección firme dentro de la estructura de la novela.

La sensación que he tenido leyendo la novela es similar, muy parecida, a lo que pude experienciar leyendo El castillo. Lo absurdo y lo real se mezcla formando una visión onírica del mundo. La realidad es un cúmulo de aspectos cotidianos, que todos reconocemos, y que se mezclan con situaciones del todo disparatadas e imposibles, pero que deben integrarse en un todo, conformando así la propia realidad individual, la experimentada. Un mundo de culpa, un mundo opresivo, de laberintos de muros y burocracias, donde uno no puede defenderse ante una ley que está por encima de todo y todos. Donde aceptar las normas supone colgarse un yugo y donde rechazarlas es también colgarse el mismo yugo. Subyace por tanto la impotencia y el sufrimiento como único aspecto posible del hombre.

A pesar de haberme aburrido apaciblemente con algunas partes de la novela, no puedo negar que acudía a ella de forma obsesiva. De alguna manera, entrar en contacto con una visión tan extrema del mundo, hace que te afecte y te sitúes en una especie de empatía cercana a la enfermedad y al dolor. No voy a negar que siempre me ha gustado fustigarme con lecturas de esta índole, pero reconozco que hay que leerlas con cuidado. De hecho su sensación se prolonga durante días.

3 comentarios:

padawan dijo...

Sólo he leído "La metamorfosis", este libro en concreto lo tengo desde hace tiempo en la pila, le tengo bastantes ganas.
En ocasiones Kafka llega a parecer literatura casi de terror, donde el monstruo es la Burocracia, como una especie de cáncer de la sociedad, que sólo busca alimentarse a sí misma. La desesperación del absurdo del sistema es una especie de devorador de almas.

Anónimo dijo...

Ciertamente angustioso, pero ojo con el tío Kafka, que también se gasta un humor soterrado importante. No lo recuerdo así en "El proceso", pero "El castillo" sí que depara algún momento que de puro absurdo busca el más sano choteo (el pobre agrimensor K., tras días de intentar entrar en el castillo y hablar con alguien, cuando al fin lo consigue... ¡se queda dormido de agotamiento y no aprovecha la ocasión!).

Genial Kafka. Marcó mi adolescencia. Y se quedó para los restos.

Saludos: Llosef.

Pesanervios dijo...

Como dice Padawan, en ocasiones Kafka parece un autor de terror. En El proceso hay un par de escenas donde se me pusieron los pelillos de punta. Curiosamente en escenas bastane absurdas y extrañas, pero que tenían un componente casi pesadillesco.

Jejeje, recuerdo aquella escena Llosef, sí. Pensé: "¡Será capullo este agrimensor! ¡Todo el puñetero libro buscando y justo ahora se queda dormido!".

Saludos!