martes, 22 de enero de 2008

Casa de muñecas y Los espectros; de Henrik Ibsen

Henrik Ibsen, autor teatral noruego del siglo XIX, innovó hasta tal punto el arte escénico que hoy por hoy es considerado por muchos como el creador del teatro moderno. Su obra puede dividirse en tres etapas: Una primera romántica (hasta 1878), seguidamente de otra denominada como etapa de realismo socio-crítico (en ésta etapa encontramos sus obras más destacadas: Casa de muñecas, Los espectros, Un enemigo del pueblo y El pato salvaje), y una última etapa simbólica o más metafórica. Fué admirado y defendido por Bernard Shaw y supuso una influencia vital para Chejov o Strindberg o Pirandello o Sartre o Camus.

Casa de muñecas (1879)

La obra, dividida en tres actos, presenta la terrible historia de un matrimonio que, a primera vista, parece normal y corriente, pero que en el fondo no es más que, metafóricamente, una casa de muñecas donde el marido maneja a su antojo y juega con la mujer. Helmer, el marido, es un hombre de buena posición, que pronto será el director de un banco. Es presentado como un hombre serio, de rígidas convicciones y verbalmente amoroso hacia su mujer: Nora, su esposa, es muy jovial y alegre, liviana y vital. Bajo estos dos rostros amables, vamos, poco a poco, descubriendo la cruda realidad de un matrimonio roto, en un desequilibrio compensado por la fiel Nora, que es quien siempre cede a los designios de Helmer, en pos de una armonía que no es tal.

NORA.- Tú tienes siempre la razón en todo lo que haces.
HELMER (besándola la frente).- ¡Vaya!, la alondra empieza a hablar con cordura.

Tras las palabras dulcificadas de Helmer, vamos extrayendo un régimen inflexible y severo bajo el que está encarcelada Nora.

NORA.- Doctor..., a usted deben de gustarle mucho los bailes de máscaras...
DOCTOR RANK.- Sí, cuando abundan los disfraces divertidos.
NORA.- Vamos a ver: ¿Qué disfraz luciremos la próxima vez usted y yo?
HELMER.-¡Pero qué loca! ¿Pues no está pensando ya en la mascarada próxima?
DOCTOR RANK.- ¿Usted y yo? Voy a decírselo: usted irá de mascota.
HELMER.- Muy oportuno; pero has de encontrar un traje de mascora favorecedor.
DOCTOR RANK.- Bastará que se muestre tu mujer tal y como la vemos a diario.

Nora sabe, de forma inconsciente y luego conscientemente, que el equilibrio puede verse roto en cualquier momento si su marido descubre un secreto que ella guarda. Siente un miedo atroz, y de forma indirecta habla de marcharse y echarse al río, porque no puede soportar tan solo la idea de que eso ocurra. Pero a la vez conserva la esperanza de que éste lo entienda y le demuestre su amor. Incluso antes de enterarse de su secreto éste le dice:

HELMER.- (...) Nora. Ahora, nos debemos el uno al otro de manera exclusiva. Ah, mi bienamada mujercita mía, nunca te abrazaré con bastante fuerza. Has de saber, Nora, que a menudo querría verte amenazada de un peligro, para poder exponer mi vida, dar mi sangre, arriesgarlo todo, todo, por protegerte.

Pero al instante, tras enterarse, éste explota: la humilla, la insulta, la echa de su vida. Nora, tras ver el resultado, y verse rota su esperanza, se ve vacía. Comprende que tanto su padre como Helmer la han hecho así:

"No me habéis querido jamás. Se os ha antojado agradable encapricharos conmigo, y eso es todo (...) Cuando yo estaba en casa de papá, me exponía él sus ideas y las compartía yo; si las tenía otras por mi parte, las ocultaba, pues no le habría gustado. Me llamaba su muñequita y jugaba conmigo (...) De las manos de papá he pasado a las tuyas. Lo arreglabas todo a tu gusto, del cual participaba yo o lo simulaba (...) Tú y papá habéis sido muy culpables con respecto a mí. A vosotros incumbe la responsabilidad de que yo no sirva para nada".

Se da cuenta que no la han dejado ser quien es, que no la han dejado desarrollarse como persona, por contra siempre la han tratado como si nada pudiera hacer:

HELMER.- (...) No sería yo hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera doblemente seductora a mis ojos (...)

El final de la obra es toda una oda al feminismo y por ende a la libertad.

Los espectros (1881)

En los espectros asistimos de nuevo al destripamiento interior de una familia, através de la mujer y su hijo descubrimos los secretos que han ido moldeando el aquí y ahora para conformarlo tal y como está. He aquí, como en "casa de muñecas", donde aparece de nuevo el enfrentamiento entre libertad y represión. En ésta nueva lucha, cabe decir que sorprende el tratamiento dado por Ibsen a la religión, simbolizada por el pastor Manders y sus ideales conservaduristas. Estas leyes morales y sociales son las que el pastor intenta instaurar en la conciencia de la señora Alving, golpeada en la vida real por el libertinaje de su marido, y que ahora, con horror, redescubre en su propio hijo. Los tres actos de la obra no sólo sirven para pausar la acción dramática, sino que Ibsen los usa para remarcar el dramatismo vivido en cada final de acto, donde son desvelados o acaecidos momentos terribles. A mi modo de ver, el fragmento que mejor define la idea alojada en ésta obra es una conversación entre la señora Alving y el pastor:

SEÑORA ALVING.- Escúcheme y sepa cómo lo interpreto. Si estoy tan turbada y temerosa, es porque entorno mío bulle no sé qué aglomeración de espectros, alguno de los cuales siento dentro de mí, y de cuya obsesión no podré librarme jamás.
PASTOR MANDERS.- ¿Cómo ha dicho usted?
SEÑORA ALVING.- He dicho una aglomeración de espectros. Cuando he oído ahí al lado a Regina y Oswaldo, ha sido como si ante mí se irguiera el pasado... Pero estoy a punto de creer, pastor, que somos espectros todos. En nosotros no sólo corre la sangre de nuestro padre y de nuestra madre, sino también una especie de idea destruída, una especie de ciencia muerta. Es algo que no vive, aunque no por eso deja de estar en el fondo de nosotros mismos, y nunca dejaremos de escapar a su acoso (...)

Tras leerla no sorprende que ésta obra fuera prohibida el día de su estreno y también sin ser representada durante quince años en su natal Noruega, dado el carácter trangesor y revolucionario del texto (ya que hablamos de finales del siglo diecinueve). Su crítica a la iglesia es innegable, así como sucinta en imágenes terribles como la escena final, con Oswaldo pidiéndole "el sol" a su madre. Aún así, la obra no me ha gustado tanto como "Casa de muñecas".


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