sábado, 12 de enero de 2008

Hamlet; de William Shakespeare


Hamlet príncipe de Dinamarca... ¿Quien no ha escuchado alguna vez ese antológico soliloquio "Ser o no ser, he aquí la cuestión" o visto ese cuadro de Millais llamado Ophelia o esa infinidad de imágenes sobre la escena de Hamlet levantando la calavera de Yorick? La tragedia de Hamlet nos surte de secuencias casi arquetípicas que han quedado grabadas en la cultura general de la humanidad. Freud diría más tarde que es un perfecto ejemplo de complejo edípico. Pero el caso es que la leyenda de Hamlet no fué invención del gran Shakespeare, sino que ya antes, en el siglo XIII, un tal Sajón Gramático había escrito la leyenda sobre el príncipe escandinavo Amled. Probablemente Shakespeare, gran curioso y lector de la Historia, se inspiró en su historia para desarrollar Hamlet, aproximadamente en 1601.

Con Shakespeare me está ocurriendo algo parecido a lo que ya me pasó cuando descubrí a Dostoyevski: Ansia y fascinación por leer más y más, una obra detrás de otra. Descubriendo en cada lectura la grandeza y riqueza de un autor de una capacidad inmensa. A nivel trágico, tal vez, es ésta la más perfecta de todas las que he podido leer hasta ahora del inglés. Tal vez no tiene la capacidad poética ni la sugestión que imprimen Macbeth o El rey Lear, pero sin embargo es la que más y mejor se centra en la propia tragedia del protagonista. En las dos anteriores Shakespeare desarrollaba una red de circunstancias que envolvían a numerosos personajes, lo cual creaba una serie de subtramas que, aunque se relacionaban con la historia principal, hacían que la atención quedase esparcida por entre varios de los intérpretes, alejándonos un poco de la médula, la gran Tragedia principal. Esto, como ya he comentado, no ocurre en Hamlet. Aquí todo está centrado y gira alrededor del drama del príncipe, casi como un embudo que fuese dirigiendo todos los acontecimientos a la ineludible tragedia. Se la ha dado en llamar la tragedia de la venganza, porque todo tiene que ver con la gran e hipotética venganza que Hamlet quiere vertir sobre los que le han traicionado. Ésta traición, el asesinato de su padre, rey de Dinamarca, le es desenmascarada por la aparición y las palabras del espectro de su propio padre. Apartir de entonces Hamlet urge una venganza que consiste principalmente en mostrarse como si se hubiera vuelto loco. Una vez más, como ocurriría luego en Macbeth, lo sobrenatural es tomado para que Fortuna, el destino omnipresente en el mundo shakespeariano, dirija las vidas de los protagonistas: tanto héroes como villanos, hacia un fin ineludible, donde las cartas se terminarán poniendo sobre la mesa, es decir: Un final trágico lleno de muerte, donde la venganza es casi un artífice divino, que ha ido conduciendo las circunstancias.

Bien es cierto que Hamlet, como ya he comentado más arriba, no posee, a mi modo de ver, la capacidad convulsa y poética, ni tampoco visceral, de las tragedias que pocos años más tarde escribiría (El rey Lear y Macbeth), y eso hace que, de algún modo, no deje una sensación tan plena.

Otras entradas anteriores a Shakespeare:
El rey Lear
Macbeth

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