martes, 8 de enero de 2008

El rey Lear: de William Shakespeare

Una nueva tragedia y una nueva obra magna, inmortal, terrible. Si ya con Macbeth estaba casi enamorado, puedo ya, sin temor a equívocos, gritar mi apasionamiento: ¡Amo a este tío! Porque es capaz de hacernos vibrar y reconcebir nuestra naturaleza humana con un puñado de personajes memorables salidos de su tierna cabecita. Shakespeare o Shakescenes como lo llamaba alguno de su época, escribió El Rey Lear aproximadamente en 1605.

En el rey Lear se nos enfrentan dos conceptos: el del amor verdadero (ese que no puede ser expresado con palabras y que siempre es fiel) y la máscara del amor (que encubre el interés hipócrita de quien busca su propio beneficio). Tras estas dos vertientes se nos desvela una historia de muchas subtramas.

Tal vez la principal o columna sea ésta: El rey Lear confunde la adulación con el amor verdadero. Es por eso que, cuando ha de repartir sus tierras entre sus hijas, les exige a cada una de ellas que expresen su amor hacia el Rey, su padre, de esa manera cae en la trampa que las palabras edulcoradas de sus hijas, Gonerina y Regania, le tienden delante de su orgullo, y por tanto será incapaz de ver el amor verdadero de Cordelia, la más pequeña de sus hijas, cuando le dice: "¡Infeliz de mí, que no puedo llevar dentro de mis labios el corazón!" Es por esto que la destierra a ella y a su noble Kent, por defenderla. Esta primera escena, de gran intensidad dramática, marca el inicio del giro de esa rueda de la que tanto habla Shakespeare, y que no es otra que el mismísimo Destino o Fortuna. De alguna manera ese es el centro de la mayoría de sus tragedias: En el universo la rueda comienza a girar y nada puede hacerse para cambiar su movimiento y dirección implacables. En ese primer giro, el universo queda descompensado de su anterior equilibrio: Se movilizan las emociones, comienza la tragedia que dará lugar a la sucesión de acontecimientos terribles que llevarán a un nuevo equilibrio.

Otra historia importante, dentro de los acontecimientos relatados en el Rey Lear, es la del conde de Gloucester. Este tiene dos hijos: Edmundo, bastardo y Edgardo, legítimo. Asistiremos a cómo Edmundo, viéndose privado de los privilegios del legítimo, hace lo posible por derrocarlo y hacer que su padre se vuelva contra él. Las escenas descritas son terribles.

Al final, tanto Lear como Gloucester, ambos por caminos distintos, se darán cuenta que aquellos que los adularon, y por tanto engañaron, buscaban tan sólo su propio beneficio y aprovechamiento para luego traicionarlos y abandonarlos. Lear quedará medio loco enmedio de una tormenta y al conde de Gloucester le sacarán los dos ojos en una escena absolutamente escalofriante. Ambos tienen sus castigos divinos por no haber sido capaz de discernir el amor verdadero por la oscuridad de su sombra.

Pero ambos, tendrán verdaderos aliados, aliados que los quieren y aman de verdad. Es por eso que Kent y Cordelia acudirán en ayuda de Lear; y Edgardo llega a ser lazarillo disfrazado de su propio padre. Se convierten así en los movilizadores del equilibrio y agentes de la venganza celestial que hacen que la rueda gire hasta dar una vuelta completa y cerrar el círculo, lográndose así el equilibrio.

Cuando uno descubre así a Shakespeare, uno no pude concebir cómo ha podido vivir todo éste tiempo sin haber leído sus obras: repletas de una poesía delicada y sublime, reflexiones inmensas y eternas que suponen auténticos mazazos hoy en día, y una moralidad que transcribe un pensamiento acaso pesimista y triste sobre la realidad humana.

Otras entradas anteriores para Shakespeare:
Macbeth

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