viernes, 4 de enero de 2008

Macbeth; de William Shakespeare

Shakespeare: Sólo citar su nombre ya hace retumbar ecos interiores. Mucho se ha hablado y dicho sobre el reconocido como más importante escritor en lengua inglesa. A nosotros, según se cuenta, tan solo nos llegó la mitad de su producción dramática, y eso gracias a que dos integrantes de su compañía de teatro publicaron póstumamente el In-Folio o First Folio (1623) que contenía parte de su obra dividida en Historias, Comedias y Tragedias. De entre las Tragedias más aclamadas encontramos Hamlet (1601), Otelo (1603-1604), El rey Lear (1605-1606) y Macbeth (1606).

Esta vez era la primera que me acercaba a Shakespeare de manera seria. Antes ya había leído alguna de sus comedias en inglés (en ediciones bastante amputadas y digeribles) como "Mucho ruido y pocas nueces" o "La fierecilla domada". Pero nada que ver, este re-rescubrimiento ha sido fantástico. Siempre que oía el nombre de Macbeth pensaba en una mujer. Y mira tú por donde Macbeth había sido rey de Escocia. Ésta tragedia representa, de manera libre, la historia de cómo Macbeth llega a ser rey allá por el siglo XI, y en sí profundiza sobre la ambición desmedida del ser humano y la omnipotencia del Destino (la Fortuna) para crear su vereda inexpugnable sobre la vida: Nada puede hacerse para cambiar sus designios. Prácticamente todos los personajes contienen en sí el germen de la codicia: Macbeth, general y primo del rey, es alentado por la profecía de tres brujas a ser el nuevo rey de Escocia; Lady Macbeth instiga cruelmente a Macbeth, cuando éste duda, para que cometa el asesinato del rey. En la obra hay escenas impresionantes, que demuestran un conocimiento portentoso de la conducta y mente humana: Además del chantaje emocional que hace Lady Macbeth a su marido:

"¿Tienes miedo de ser el mismo en ánimo y en obras que en deseos?"

la presencia sobrenatural de brujas, apariciones, espectros, le sirve a Shakespeare para que el miedo (creado por la culpa o la posibilidad de perder lo que ha sido cobrado vilmente) se haga paso por entre la cordura de Macbeth: E intente así liberarse de sus posibles enemigos asesinándolos antes; y en Lady Macbeth: Impagable la escena en que, dormida y sonámbula, hace como si se limpiara las manos de sangre, reconociendo así de modo inconsciente su culpa en el asesinato del rey.

Otra de las escenas terribles e implacables es esa en la que Macduff, avisado del asesinato de su mujer e hijos por parte de Macbeth, grita: "¡Él no tiene hijos...!" En referencia a que Macduff no podría vengarse con la misma fuerza.

Una delicia.

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