Asistimos al crecimiento de dos chicas, Enid y Rebecca amigas de la infancia, desde la adolescencia hasta lo que podría llamarse como primera madurez. La temporalidad es indirecta, percibimos el transcurso de tiempo a través de los cambios de look de Enid, la protagonista central del relato. Personalmente la odié desde el primer capítulo, y esa fué la sensación fundamental con la que embadurné toda la lectura de la historia. La Enid adolescente es precisamente el tipo de persona que rechazo de pleno: Una persona que está contínuamente quejándose de todo, y que está en contra del mundo y las modas. Resulta exasperante. Pero el comic es, precisamente, la deconstrucción de Enid. Al menos yo lo veo así. Como vamos viendo, poco a poco, ese odio de Enid y esa seguridad que pretende aparentar no es más que el reflejo de todas sus inseguridades y dudas. El sentimiento verdadero y la emotividad sólo parten de sus recuerdos de infancia: un disco de canciones infantiles, un muñeco, una pintada en la pared... Y el rechazo a la realidad presente, hacia las cosas que le rodean que no estén impregnadas de la rareza que ella busca como parangón. Todo ello le lleva a distanciarse sutilmente, y dolorosamente, de su amiga. Tan sólo hacia el final, comencé a tener lástima de Enid, puesto que es en ese momento en el que la historia se torna melancólica.
Creo que el momento de Ghost World no era mi momento. Ni mi historia. Su final me parece ñoño y cursi.
Y sigo odiando a Enid Coleslaw.
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