Jean Lorrain no fué otro que Paul Duval, dandi francés, excéntrico, decadentista, homosexual, y al que le gustó frecuentar los bajos fondos parisinos. Estribió entre otros "Cuentos de un bebedor de éter".
En 1901 Lorrain buscó, a través de los desquiciados ojos de Monseiur de Phocas, protagonista de la obra o alter ego de Lorrain, lo qué hay más allá de las ágatas de los ojos. El núcleo de la belleza, la obsesión por descubrir qué coño entraña esa sensación delirante producida por el brillo del iris. La febril búsqueda le lleva a encontrarse con algo desagradable: la muerte y la máscara social. Es lo que él llama maleficio. El maleficio de ver toda esa artificiosidad en la superficie humana, la podredumbre, la hipocresía, la pose, el vacío real; en esencia: la máscara.
Asistimos a la enfermedad psíquica, al degradante despertar de los sentidos, a la embriaguez de un alma cansada. La moral se aparta, se deja de lado. El señor Phocas busca a alguien que le cure, y encuentra a dos seres misteriosos y ambiguos que creen poseer el elixir para su padecimiento.
Todo este conglomerado conforma un relato aburrido, lento, repetitivo, que deja un poso sinuoso y un tanto amargo. hablo de mí, claro. Me faltaban pocas páginas para acabarlo y ya estaba pensando en el siguiente libro. Mal asunto Paul Duval, o Jean Lorrain o ambos. Aún así no he de dejar de decir que la narración tiene momentos mágicos, sublimes, inquietantes, pero luego terminan por caer en el sopor.
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