jueves, 15 de noviembre de 2007

Aprendizaje o el libro de los placeres; de Clarice Lispector


Que naciera en Ucrania fué algo prácticamente casual, pues a los dos años emigró junto con sus padres a Brasil. Allí fué donde desarrolló su arraigamiento, del que nunca logró del todo desembarazarse, así como un lenguaje escritural muy íntimo relacionado con el flujo de conciencia. Por éste método fué comparada con James Joyce y Virginia Woolf.

Recuerdo que recomencé a leer éste libro, "Aprendizaje..." (1969), tras el imposible esfuerzo de terminar "Fiasco" de Lem -un esfuerzo que tenía que ver más con el momento por el que estaba pasando, que por la dificultad de su lectura-. Hacía unos meses que ya me había enfrentado a "Aprendizaje..." sabiendo que Lispector no es una autora para todos los paladares -tenía ya la experiencia de haber leído, con gran esfuerzo, "Cerca del corazón salvaje"- y, esa vez, creí que no me costaría tanto. Error, éste libro, que es de una extensión mucho menor, me supuso mayor empeño por su enorme profundidad introspeciva, y tuve que dejarlo en la página cincuenta.

Tal vez lo retomé porque había encontrado la serenidad necesaria para poder terminármelo.

El libro comienza con éste texto arrebatador:
Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla. Está por encima de mí. Intenté escribirlo humildemente. Yo soy más fuerte que yo.

Lispector es desnudez. Lo vuelve a ser en éste libro, e intuyo que lo es cualquiera de las novelas y cuentos que escribió. La reflexión que, durante las ciento cuarenta páginas, somete a examen la autora es prácticamente inabarcable: La exacta traducción del sentir en la palabra, y en especial del sentir femenino. Se enfrenta así la autora en determinar los límites de la palabra y el lenguaje. Asistimos a la necesidad de una mujer por responder a las preguntas que sus propios sentimientos, a través del vivir el día a día, le proponen en su afrenta con su propia vida y con los que la rodean. Especialmente esas preguntas están relacionadas con el amor -más específicamente en la entrega y la libertad-, en el vivir individual enfrentado con el vivir social, en la experiencia compartida, en lo grande que puede ser lo más pequeño, en la paciencia y el deseo. El mundo de Lispector es enorme, y uno a veces, leyéndolo, cree estar perdiéndose en una jungla subjetiva vastísima, como si la autora se mirase en un espejo impúdico que le permitiese poder mirar hasta el más mínimo detalle de sí misma, ese reflejo que se ha empeñado en analizar. La trama de la novela es prácticamente inexistente, lo que realmente importa es el monólogo interior: el stritease del que somos copartícipes.

La nota negativa de éste libro es precisamente su virtud más importante: Hiere. Y es un desafío nada fácil introducirse y dejarse rebosar por él.

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