Famoso por su triología de los trópicos [Trópico de cáncer (1934), Primavera negra (1936) y Trópico de cáncer (1939)], Henry Miller construyó todas sus novelas sobre una base autobiográfica, y en ellas destacó, sobre todo, por un lenguaje crudo y tocando habitualmente de forma totalmente desinhibida temas de índole sexual: Por ello fué acusado de obscenidad en los Estados Unidos.
Sexus (1949), es la primera novela de tres que conformarían la denominada triología de la Crucifixión Rosada, y en ella, encontramos lo mejor y lo peor de Miller. Lo mejor, por esa garra biográfica de la que hizo gala en toda su obra, su vitalismo exacerbado, su salvaje impulso hacia la vida, y del que éste libro es buen ejemplo, por sus numerosos pasajes brutales. El sexo aparece a borbotones y explicitado de muy diversas formas: desde lo farragoso, salvaje y obsceno, a lo lírico y sensual. Otro de los puntos fuertes de ésta obra son las lúcidas reflexiones que hace Miller sobre el acto de convertirse en escritor, el desligarse de las ataduras sociales y personales, el hablar sobre los autores que le construyeron: Dostoyevski, Whitman, Hamsun... Algunas de estas notas biográficas son impresionantes, totalmente poéticas, y algunas de las disecciones intelectuales, en las que se embarca tejiendo larguísimos párrafos, son sencillamente brillantes (como ejemplo el capítulo 14, donde hace una comparación genial entre la terapia psicológica y el camino de la vida taoísta, y cómo todo ello lleva a la realización personal). He de citar una de éstas frases:
Todos somos culpables de un crimen, del gran crimen de novivir la vida al máximo, pero todos somos libres en potencia. Podemos dejar de pensar en lo que no hemos hecho y hacer lo que esté en nuestro poder. Nadie se ha atrevido a imaginar de verdad qué pueden ser esos poderes que hay dentro de nosotros. Que son infinitos lo comprenderemos el día en que reconozcamos ante nosotros mismos que la imaginación lo es todo. La imaginación es la voz de los atrevidos. Si hay algo divino en dios, es eso. Se atrevió a imaginarlo todo.
La otra cara de la moneda son algunas de esas farragosas disquisiciones en las que, frecuentemente, Miller se pierde totalmente, dispersándose de una manera tristísima, y haciéndose ciertamente aburrido. La imagen que me viene a la cabeza es la de una bolsa de canicas que cayera al suelo y saliesen todas las ideas despedidas en todas las direcciones.
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