El héroe del que habla Hrabal en ésta novela es "un hombre corriente que lleva sobre sus hombros el peso de la realidad". Un hombre que, por otro lado, no deja de parecerse al autor. Por eso comentaría que "allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios". Es por eso que yo me imagino a Hanta, el héroe; algo calvo, de ojos huidizos y algo achaparrado. Ciertamente ésta imagen está un poco infectada por los prejuicios que me trae la única fotografía que he visto de Hrabal: en la contracubierta de un libro. Y es que, conociendo cómo murió Hrabal –resbaló de la ventana, desde del quinto piso del hospital en el que estaba, en su intento por dar de comer a las palomas-, no cuesta hacer un símil entre él y el protagonista de su novela: Los dos mueren por un ideal fantástico que les está grabado en la sangre, y sin los cuales no pueden vivir. Uno mira fuera del hospital, y el otro mira a su pequeña y antigua máquina de prensar papel con la que lleva trabajando desde hace treinta y cinco años. Hanta crea un espacio, un subsuelo, poblado por ratoncillos, gitanillas, muchos libros de los que se va encontrando, y la enorme soledad que el destino ha ido inculcándole. El amor por su quehacer diario se transforma en una religión: hacer balas de papel prensado, que él crea con un mimo y un cariño sobrenaturales. En éste destino, lo acompañan todos esos libros que ha ido encontrándose entre la basura que ha de prensar, y todas las lecturas que hace de esos libros quedan reflejadas en su forma de mirar hacia su propio mundo. Así, Hanta es el único que sabe que “en el corazón de cada paquete descansa, abierto un libro” en cada bala un libro: Lao-Tse, Jesucristo, Nietzsche, Hegel, Goethe, Schiller, "y yo soy al mismo tiempo el artista y el único espectador”.
Es éste un libro terrible, de una belleza indescriptible, que evoca un sentir profundo y un universo limpio, similar, tal vez, a ese silencio brutal que a veces llena de vacío nuestras noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario