
"Un dulce olor a muerte" (1994) es comparada a Rulfo y a Gabriel García Márquez, y, ciertamente, las líneas generales recuerdan mucho Crónica de una muerte anunciada, y el ambiente a Pedro Páramo, pero también recuerda al gran Cormac McCarthy. Todos estos grandes nombres, aún así, se dejan de lado si hablamos de su estilo peculiar, un estilo simplista, de diálogos populistas y cercanos, lleno de jerga y el folclore mexicano que da al libro un gusto diferente y auténtico, cercano a la lírica de la que somos partícipes en el día a día de nuestros vecinos del pueblo: de las habladurías, de los rumores, de los celos vecinales, de los amores callados. A mí me ha hecho disfrutar muchísimo. Ésta, la que se cuenta en la novela, es la truculenta historia de un pequeño pueblo mexicano cuyos habitantes, y sus circunstancias, obligan a un muchacho a creerse el novio (sin haberlo sido) de una chica que ha aparecido muerta y, por tanto, a creerse poseedor y depositario de la necesaria venganza. Arriaga no necesita florituras para hacernos vibrar, tan sólo unos personajes creíbles y humanos, para retratar una circunstancia donde lo que menos importa es la verdadera realidad de lo que ocurre. El destino parece hacerse paso a machetazos a través de todas las circunstancias, sean las que sean.
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