Tuve la suerte de conseguir una de esas preciosas ediciones de éste libro que hizo Valdemar en su colección de "El ojo sin párpado". Colección mítica ya que, por otro lado, contenía numerosas joyas mayúsculas de la literatura fantástica entre las que estaba ésta. Fué por eso, también, que leer éste pequeño libro se convirtió en algo aún más íntimo, si cabe decirlo. Y adentrarse en él fué como colarse en una pesadilla ajena. Relato a veces onírico, de un lírico contenido, se enreda entre los ojos una historia que, alguien anónimo, cuenta a su propia sombra. Tal vez por eso, nos sentimos lejanos a lo que nos cuenta Hedayat, como indiscretos voyeurs que se han encontrado casualmente con alguien que habla sólo para sí mismo pero, a la vez, su susurro, hace que nos sintamos cerquita de todo ese desasosiego desprendido. El relato, de apenas cien páginas, se hace muy extraño hacia la mitad, donde se produce una especie de cambio de registro. En un principio se nos presenta a un hombre románticamente enamorado de una bella mujer, melancólico y sensibilísimo. Luego, tras una especie de sueño del opio, asistimos a una gradual transformación, donde pesadilla, sombras oscuras, sangre y soledad, se mezclan para convertir al protagonista en una especie de buho ciego, lechuza que solo está capacitada para ver sombras a su alrededor. De alguna forma, ésta transformación sufrida por el personaje, contiene reminiscencias que nos llevan a pensar en Gregor Samsa, el triste protagonista de la Metamorfosis, pero tal vez la influencia más relevante sea la del gran E. A. Poe.
Para terminar, contaré una leyenda preciosa, de las que inquietan, referida a la tumba de Hedayat. Resulta que sobre ésta, que se halla en Père-Lachaise, existe una pirámide negra con un buho grabado en su superficie. Todas las noches se acercan una docena de gatos que no dejan de maullar y maullar mientras observan el dibujo de la lechuza. Espeluznante ¿Verdad?
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