Tras éste atrayente y perturbador título, se esconde un interesante y personalísimo ensayo sobre los efectos del consumo del opio durante la vida del propio autor. Además de sincerarse en éste sentido, De Quincey, aprovecha para analizar gran parte de su infancia y juventud, así como las causas que le llevaron a vivir como indigente en las calles de Londres. Más tarde publicaría la continuación "Suspiria de profundis" y, finalmente, "Apuntes autobiográficos" completaría ésta triología de textos autobiográficos. Lo primero que llama la atención en "Confesiones de un inglés comedor de opio" es el frondoso título: Morboso a más no poder y del que descubrimos, al bucear entre sus páginas, que ciertamente el autor no era comedor sino bebedor de opio (ya que tomaba láudano, y éste es tintura de opio). Además la palabra "Confesiones" nos lleva indefectiblemente a pensar en un confesionario eclesiástico, como si el autor se arrodillase ante Dios para expiar sus pecados. No en vano el autor decía que fueron escritas "desde el interior de la iglesia del opio".
Dotado de una gran cultura y sensibilidad, nos cuenta que, en estas confesiones, quiso desmarcarse totalmente de las del francés J. J. Rousseau, las cuales consideraba que eran todo lo contrario de lo que él se había propuesto: Poner su corazón al desnudo, sincerarse del todo. Y así, agraciada o desgraciadamente, nos relata que, en un primer momento, le recomiendan su toma como analgésico por un dolor de muelas y también a causa de dolor gástrico y la tuberculosis. De Quincey, durante un tiempo, se mintió así mismo pensando que el aumento paulatino de gotas de láudano era por éstas dolencias, pero en realidad confiesa que fueron sus ansias por la experimentación y el sueño del opio las verdaderas causas que le llevaron a aumentar las dosis hasta las ocho mil gotas diarias. Lo más impresionante de todo el libro es que llegó a escribir algunos de aquellos sueños, o pasajes, que estaban impregnados de láudano: los delirantes sueños de opio del autor, los cuales son arrojados al texto en una delirantes, orgiásticos, apoteosis lingüística y paisajista, y desbordante de finísima poesía. Además va diseccionando de forma sistemática y lógica el sufrimiento y el dolor por verse prisionero entre los barrotes de la adicción que, en un primer momento, le prometía una liberación psíquica y la numinosa lucidez. Dado que el texto está plagado de referencias e imbuído con cierto poso moral, éste se convierte así en guía para los que puedan verse en la misma situación en la que él estuvo. Aún así es muy interesante que De Quincey hable, no sólo de los efectos negativos y oscuros del opio, sino que también relate todo aquel placer que le provocó:
Devuelves a la luz del sol las mejillas de muchachas hace tiempo sepultadas, los rostros benditos del hogar limpios de "los deshonores de la tumba". Sólo tú haces estos regalos al hombre y posees las llaves del Paraíso ¡Oh justo, sutil y poderoso opio!
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