viernes, 23 de noviembre de 2007

Mi idea de la diversión; de Will Self

Will Self tiene ese tipo de rostros que siembran la conciencia de aprensión. Su mirada azota con unas pupilas que no acierto a situar dentro del elenco de especies animales, y luego está ese gesto abominable de su boca y mandíbula. Si él me dijese en hipotética conversación: I'm extraterrestrial, baby. Diría: Te creo, tío, te creo. Tal vez sea porque fué adicto a la heroína en el Londres de los años ochenta y noventa, y eso, quieras o no, queda grabado en el rostro. A los diez años ya leía a Ballard y a Dick, y eso queda también grabado. Luego trabajó y trabaja de periodista inglés. Sus novelas también tienen el rictus de la rareza, siendo de corte fantástico, algo grotescas y bastante satíricas. Ésta ficción está influenciada por Ballard, Burroughs, y según él mismo por Jonathan Swift, Kafka y Céline. Ahí nada.

El título original es Mi idea de la diversión -una fábula con moraleja- (1993). Al principio, cuando comencé a leerla, me tenía totalmente aturdido. Las imágenes brutales se sucedían una tras otra desde un primer momento. En la segunda página del prólogo ya vemos al protagonista (Ian Wharton) follándose el cuello de un vagabundo al que acaba de cortar la cabeza: Esa es su idea de la diversión. El resto del libro es eso: La explicación sistemática y pormenorizada de porqué y cómo Ian tiene una idea de la diversión tan diferente a la gente que le rodea. La brutalidad no es tanto explícita como estilística. Self da forma a un pensamiento, un hilo mental que va deshilvanándose en el discurso. Su imaginación es feroz y nos recorre poco a poco el cerebro hastiándolo de reflexiones y dibujos lúcidos e inquietantes.

Muy interesante es la idea de la memoria eidética del psicópata que va desarrollando el autor: Por memoria eidética se entiende que alguien puede representar en la conciencia, con toda nitidez y detalle, las imágentes que ya ha visto, aunque sea solo una pequeña fracción de segundo. Y también es muy interesante la idea del Gran Controlador: Un ser que, tal vez, solo existe en la cabeza de Ian (representándolo y suplantando al padre que no tuvo) y que logra controlar sus acciones a volundad. En éste aprendizaje a través del Gran Controlador, el eidético llega a aprender a retroscender (me maravilla encontrar en éste libro muchas de las mismas cosas que alguna vez se me han pasado por la cabeza). La retroscendecia implica algo así como el rebobinado histórico de un objeto, puedes ver cómo va naciendo de la nada: desde la recogida del algodón, hasta su hilado, hasta su venta al mayorista, hasta el diseño sobre la cabeza y el papel, y finalmente cómo aquel cúmulo de circunstancias se convierte en unos calzoncillos. un paso más en el enorme mundo del eidetismo.

Toda la primera parte está escrita en primera persona, desde la perspectiva de Ian. Y tras un intermedio comienza la historia desde la tercera persona, narrando lo que queda de historia. El gran pero es precisamente la parte en tercera persona: Ahí Self se derrumba. Su idea de la diversión se desinfla de manera agónica desde la mitad hasta el final. No, no me convence del todo, porque, de alguna manera, el señor Self nos almibara con una serie de lúcidos, avasalladores, terribles, pensamientos, y luego se rebaja a la explicación más nimia y absurda de un todo a cien. Eso sí, he de adorar su primera parte, la primera persona, porque allí me ví un poco, de manera un poco enfermiza. Es curioso cómo prefiero la ambiguedad expectante del no saber prácticamente nada, a que me expliquen los trozos de historia. La prefiero indirecta, subjetiva, impregnada de una visión sesgada e incompleta, un solo punto de vista que sé que es hipócrita, falsa y alejada de la realidad, pero así es.

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